sábado, 11 de octubre de 2008

Ricardo Rubio

CUESTIÓN DE PRÁCTICA

Podría practicar para parecer pura, pensó. Cada casa conserva sus costumbres y cada caso tiene sus cosas. Lucía lucía una mínima y traslúcida bata blanca. Nadie la veía cuando su ceño fruncido era un singular símbolo del sufrimiento, cuando el largo gusano de la tristeza la socavaba subido al pozo de la pena. Dos hombres deseosos se pusieron de pie y desfilaron por el pasillo hacia los goces profundos que prometían tibieza. Luego, los jadeos y el hedor salieron del cuarto donde Lucía lucía sus encantos, donde lamía las salitrosas lágrimas que se lanzaban desde sus ojos al joven rubor de sus mejillas. Podría practicar para parecer pura, había pensado cuando los hombres entraron al antro con la impaciencia impiadosa del desenfreno. El burdel tembló y Lucía coronó su lamento. Afuera, la noche era gris; el silencio, flojo; el aire, rancio. Cuando salió del tugurio, Lucía lucía demacrada, descolorida, derrotada, decrépita, nula, mientras sus tacos batían el rocío azul de los adoquines y el frío estiraba el amanecer. No había hecho más que ochenta y se ganó el furor del mantenido que rumió de rabia: cómo, ella, con esos frutos, con esos cuartos, con esos huecos, no pasaba los cien. Y su demacrado, descolorido, derrotado y decrépito rostro recibió un concierto de golpes como de la ira de un demonio. Atragantada por tanto maltrato, Lucía lució satisfecha cuando el taco aguja salió por última vez del pecho del lumpen. Podría practicar para parecer pura, pensó, y durmió sus pesadillas.

José M. López Gómez

NO PODÍA DEJAR DE VERTE...

Mira hacia la calle.
La interminable espera a través de la ventana. 30 días sin venir. Estúpida aventura, típica infidelidad de adolescente. Un par de copas y la pelirroja que le tira toda la artillería erótica. Ya se sabe: la típica pasión en la que el instinto sexual apuesta todo a ganador. “Puedo explicarte...” “No necesito tus explicaciones. Te encamaste con ella; eso es lo que importa”. Respuesta visceral. A tono con el signo de fuego. Escorpio es así. A todo o nada. A mentira o verdad. Sin medias tintas.
Mira hacia la calle.
Ha comenzado a llover. El viento de marzo, sibilante, teje su lúdica sinfonía a través de los intersticios de puertas y ventanas. No vendrá. Seguro que no vendrá. O tal vez, sí. El primer aniversario. Mucho peso emocional. Cinco años seduciendo a través de cómplices miradas, hablando por medio de los ojos que lo decían todo. Demasiado en juego. Prejuicios atávicos. Con mucho en riesgo: las amistades, los parientes, la condena social a esa relación que todos veían venir. Aristas compartidas. Una historia común de frustraciones sentimentales. Por suerte sin hijos como secuela; sin esas sanguijuelas emotivas que tanto condicionan el espíritu. Tal vez vendría. La esperanza estalla en fragmentos de dudas. Pero es la esperanza.
25 de marzo. 2001. Mar del Plata. En medio de una serie de marchas y protestas sociales. Peatonal y Córdoba. Luro y Catamarca. Belgrano e Independencia. El piquete financiero reclamando a un país que no existe. Lo sabe bien; aún lo padece con ella en carne propia.
Mira hacia la calle.
Como siempre a lo largo de estos últimos 30 días. Pero hoy más que de costumbre. No ha podido separarse del amplio ventanal biselado que da al balcón terraza. La lluvia ha levantado una cortina plomiza que se extiende a ras de las olas. El mar parece corcovear.
Mira hacia la calle.
Siente que la lluvia predispone al recuerdo melancólico. Algo más de un año atrás. El piquete financiero había terminado. La larga caminata, el cansancio de las piernas, la garganta que parecía gastarse de improperios y de gritos, invitaban a una pausa. Corrientes y Peatonal. “El Vitti.” El tradicional café, refugio de tantas tardes solitarias. La angustia exalta el particular rostro de su amiga. El dinero sustraído; las penurias económicas; las facturas vencidas. “¿A vos no te parece una injusticia? Estos ladrones de guante blanco...” Comparte su aflicción. Trata de consolarla. Las cálidas palabras se descuelgan con pereza de su péndulo bucal. Parecen enroscarse en las volutas de tabaco que ascienden hacia el cielorraso en busca de una muerte inasible. Y de pronto, el milagro: las manos de ella que se encuentran con las suyas, los dedos presionados, la mirada intensa empujando a la confesión que aún hace un último intento de refugiarse en la garganta. Hasta que el sentimiento oculto, eclosiona: “Y sí...; no lo soporto más. Hace cinco años que lo vengo guardando. Me gustaste desde el primer día que te vi. Estoy enamorada de vos”. Luego las manos que se apartan bruscamente. Miedos, angustias, prejuicios, una trilogía agazapada, siempre al acecho en ese amor que llevaba el rótulo de clandestino.
Mira hacia la calle.
Alguien corre por la acera con un paraguas dado vuelta. No sabe muy bien por qué, pero cree estar segura que una voz le dice que no deje de apostar a la esperanza.
Mejor seguir pensando. Piensa. Si leyó la carta, intuye que el milagro aún es posible.
Demasiado en juego. Lo sabe. No es una historia de típicos amantes comunes: la habitual cita- almuerzo o cena, según las horas de disponibilidad-; una charla donde ambos se desprenden por un rato de sus angustias hogareñas y comunes frustraciones, y luego sí, a la cama. Hotel nuevo o repetido- depende, siempre depende- según el peso de la rutina, y después del rutinario consuelo del orgasmo compartido - o no- , vuelta a soportar la otra rutina del hogar. No, ésta historia era diferente. En lo social, en lo sentimental, en lo espiritual, pero sobre todo era diferente por la mágica conjunción de buscar a Dios en cada grito de los orgasmos excluyentes y compartidos.
Mira hacia la calle.
Una bruma incipiente avanza desde el Este. En pocos minutos, sabe que se devorará la costanera y que luego trepará hacia la calle alta que ahora permanece desierta. Por momentos, ve el fantasma de ella descender del pequeño auto rojo y luego cruzar la calle con su andar felino. Veinte pasos más y estará frente a la puerta de entrada. Oye el timbre, el sonido virtual que se instala en uno de los intersticios de su cerebro. Le entrega el ramo de rosas rojas preparado para ella. “No esperaba menos de vos...” le dice la virtual voz, y de pronto, el vacío, la imagen que se esfuma mientras el ventanal recupera su lugar en la realidad cotidiana.
Mira hacia la calle.
Lleva horas de pie escudriñando el asfalto y las aceras. Mejor volver a los recuerdos, sumergiéndose en los pasadizos de un amor sublime. Siempre en busca del nirvana; un amor en el cuál el sexo no estaba condicionado por los genitales. Sí, mejor recordar el último acto de amor, antes de la ruptura: preludio de masajes japoneses- una Geisha; una experta en hacer estallar los poros de la piel -. “Hay que liberar al cuerpo; dejar que hable y se exprese por cada una de estas pequeñas ventanitas de la piel. El espíritu protesta a través de la voz, pero sólo los poros abiertos pueden liberar las angustias de la carne”. Piensa, ¿cómo no amar a una mujer capaz de semejante pensamiento?
Mira hacia la calle.
El ruido de un motor sube por la cuesta. Pronto lo ve: es el pequeño auto rojo. El PC del cerebro hace clic. Pausa. Sintonía fina. No se trata esta vez de un auto virtual parido por la ansiedad de la espera. Es real. Y de él, no desciende el fantasma de ella. Es ella. Falda larga tableada, brillante piloto rojo, botas color ciruela.
Comienza a cruzar la calle. Como autómata, va en busca del ramo de rosas. La chicharra del timbre le suena como el mejor trozo musical de Mozart. Ruido de ascensor. Las puertas que se cierran.
El toc, toc sobre la puerta de madera. Inconfundible. Aspira hondo. Ensaya una sonrisa para Da Vinci. Abre la puerta. Las palabras, convertidas en un pequeño amasijo en el paladar. La ve sonriente. Serena. Ella es la que habla.
- No podía dejar de verte, María.

Hugo Patuto


UN MOTIVO CELTA



En alguna canción remota celebran ahora mismo
lo que insiste bajo el cosquilleo del viento
y nos hace parte primordial, un orden
sostenido con piel a fuerza de negar destinos.
Las cuerdas acompañan: un motivo celta
recorriendo con alegría esta locura
de luces que parecen desbordar el sueño
al tocar otros andamios con la lluvia.
Sabemos dónde morir de a ratos
y sin embargo el mar pregunta
por alguien que respira
mutando en peces un dorado aliento.

José Geraldo Neres

Ambrosía
Traducción del portugués: Marta Spagnuolo

IV


con las lágrimas
la cara mezclada
lava otras caras
el mar salvaje
se curva
escultura desnuda
cruda de secretos


V


un puñal
onírico
tatúa en la
película
del
cuerpo
diecisiete piedras


recorren el castillo
en las
sandalias de la luna




VI


el cuerpo sudado
moldura del agua
bebe naturaleza
un acuario solloza

su cuerpo desierto

lunes, 11 de agosto de 2008

José Geraldo Neres

A M B R O S I A – AMBROSÍA

TRADUCCIÓN DEL PORTUGUÉS: MARTA SPAGNUOLO


sentir el ritmo
y sumergirse en el cántico de las aguas
el grito
revela el paladar-líquido del rocío-carne
moldura inclinada sobre un cáliz de música y palabras

I


en la barranca
pintura de miedo
perfume de luna

con trenzas de árbol
tejo un columpio
y bailo en las estrellas
la ronda de los sueños


II


con vestes estelares
dragones en la cintura
las caras de la luna
en el peregrino dorso


en la acuarela
gritos
destrozan
girasoles




III


el sexo grita
los dolores del arco iris
espasmo secular
gotas insanas

relieve sin tramas

Susana Szwarc

RUMIANTE

Dulce animal me haría: vaca
para engordar tu descanso.

Pero vacilo. Como vacila el bosque
bajo el agua. Abraham ante el trayecto,
o las palabras en su deshielo.

¿Acaso es posible compartir el aislamiento
de todo? ¿La avidez de cosa?

Gustavo Tisocco

SIMPLE ASILO


Camino esta soledad
de despoblados ojos,
del grito ausente,
la lejana infancia.

Hiere esta ausencia de vos,
mi presencia sin sombra,
el eterno miedo.

Duele el puñal de tu mesa
sin cadáver,
llorar todos mis costados,
herir la sangre
cicatrizando cuerpos.

Huérfano de mí
soy simple asilo,
confundido espectro.

Hugo Patuto

(Escrito el 19-07-08)

Una visión semejante a lo propuesto por Escher
comienza y declina entre tus manos
late con el incendio que sube
llevando cada vértice a otra luz enamorada.
El discurso del viento renace
para nombrarnos (veta misteriosa
donde no hay límite ni duda)
con el galope más profundo.
Líneas que devuelven una trampa
hecha de mineral o espuma
lúdica victoria en los ojos
fuga, piel, estrella.

sábado, 12 de julio de 2008

Liliana ALEMAN

Alerta


Un animal negro
camina por la habitación.
El brillo de la noche
lo resuelve:
al volcar su imagen
desdoblándola:

¿Es real?

En el puño de la noche
es palpable
si frente a mí
se disipa.

Espio la sombra
que deja un cuero ligero
brillante.

Son restos

Es agua de pantano.

Gustavo Tisocco

Tómame


Has dejado caer la copa de vino sobre mi radiante ofrenda. Has creído en Dioses que hurgando en ti nunca sentiste cerca. Te has percatado que hay infiernos, arenas, olvidos, aún así, dejaste sobre el altar manojos de suspiros, de mártir cobardía.
Has sembrado sobre mi estéril boca el dulce néctar que me embriaga. Inerte mi lengua precipita espasmos en tu desolada huella. Desnudo liberas cicatrices desde tus abismos.
Eres diadema intacta, sentido puro, frágil razón y marchas sobre mi sed, insigne escultor del aire.
Levanta el vino derramado y acepta esta ofrenda desde el lecho fiel de mi templo. Toma el sacrificio y hazme instinto puro, cetro, estatua noble.
Tómame y cuando tu seas mi sangre y yo tu néctar reposaremos en el manto azul de una eternidad cierta.

¡Tómame...!

Graciela Bucci

Cerrar los ojos


hubo una clausura
decretada
brutal
las cosas se alteraron
se apostaron miradas en los rincones nuevos
trataron de solapar muros vacíos
de obviar el polvo que empañaba ventanas
en el afán de enceguecer la casa

hubo huecos
que no llenaron los rostros ulteriores

hubo nadies
que aceptaron la ausencia
(argumentaban que ausencia y olvido
no deben proclamarse)

hubo maldiciones que chorrearon humores y mentiras
uñas impiadosas profanaron la piel virgen
bocas incompletas ensayaron el grito

y hubo un desgarro
pavoroso
que barrió con las vísceras posibles

el ángel fue testigo

dudó
quiso batir las alas destrozadas
ansió la huida inútil
sucumbió ante el horror
y hasta pudo elegir

cerrar los ojos.

Rolando Revagliatti

Anoticiados

El hombre que acaba de enterarse
tan de repente
y sin remotamente sospecharlo
que es padre

es el que ahora a su vez te entera:
soy tu padre.


*


Mostrás


Me pregunto qué veo yo
de lo que me mostrás

Mientras en mí prepondera
exclusivo arsenal de subrayados
y destacados
y, por así decir, hasta
mi tipografía
mi caligrafía

¿cuánto comparto yo
y ahora
de lo que ves?


*

Oscuridad


Soy lo que la luz decida
hacer conmigo.


*

Salven


Los salvavidas
de plomo
como los sentimientos
son un plomo

aunque
a veces
salven
vidas

los sentimientos.

domingo, 6 de julio de 2008

Hugo Patuto

JAURIA

Desde la ventana pudo reconstruir la maquinaria de la lluvia. Las primeras gotas habían teñido el patio con el anuncio que, minutos después, volvería convertido en truenos y ráfagas. Miró detenidamente sus manos: poca luz, el balanceo de las hojas, el estigma de saber que estaba sola.

Si la lluvia se poblaba de animales era porque la imaginación sostenía en vilo esa carga de miedo, a tal punto que las voces familiares parecían extrañas y las campanadas del reloj de pared traían un escozor profundo. Entre las apariciones había elefantes, tigres y caballos. Conseguiría por medio de un sórdido ritual domesticarse para ellos.

En la penumbra olvidó el rouge y el extracto. Los vértices de las paredes y el techo adquirieron una comba que la hizo carraspear. No dormiría hasta las dos de la mañana. Caminó a oscuras. Llenó el vaso de agua y de golpe sintió, frente al espejo, que su edad había concentrado la ira y el desprecio de las tías. Pero el entorno de las facciones cedía como por efecto de una lava interior.

Las huellas en el barro tenían el valor de reproducir el andar de viejos amantes; hasta que su enamorado iba tocando cada ventana, dispuesto a terminar con las dependencias de la casa. Para no enloquecer, ella musitaba conjuros.

Dicen que abandonó el pueblo seguida por una jauría.


(21-07-02)

José Manuel López Gómez

CIRUJANO

Demasiado en juego.
Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.
Otro equipo está listo para el transplante.
El helado filo del bisturí se abre paso entre la sorprendida carne. Sabe que su mano de sexagenario ya no tiene la firmeza de las primeras incisiones.
Sexagenario. El pensamiento dibuja las palabras delante de su mente como un holograma gramatical. “Un sexagenario fue atacado por un ladrón...”
No puede sustraerse al recuerdo de la crónica policial en la que el periodista decide que el sexagenario cede virtualmente su condición de hombre para convertirse sutilmente en la de anciano.

Demasiado en juego.
Sabe que no deberá cometer el mínimo error; que la incisión debe ser precisa, meticulosa y -si es posible- geométricamente perfecta.
El acero reverbera en el cristal de sus lentes.
La piel del niño se abre con un siseo casi imperceptible.
Observa a su asistente tratando de descubrir el discurso oculto en sus ojos.
Siente la mirada femenina con la sensación de que trepa por unos instantes a la suya.
Comienza a sudar. Se ha dado cuenta que ella ha sido tomada por la acción de la feniletilamina.
La imagina rezumando sexo por los poros.
Teme que el metejón estúpido le juegue una mala pasada.

Demasiado en juego.
Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.
El coto del cuerpo humano no tiene secretos para él.
La piel del niño gime de manera apenas audible.
Observa a la anestesista. La mejor sin duda; sabe que no necesita mirar el instrumento de control.
El niño tolera con holgura la dosis suministrada.
Ella le hace un gesto con la mano.
Tal vez un día la arrincone. Sería capaz de penetrarla sólo para escuchar los potenciales quejidos que saldrían de su boca.
Vuelve a la operación. No puede equivocarse.
Sabe que en una sala contigua de la casona, los padres del niño comparten la ansiedad y los miedos.
Cree percibir en su mano un temblor imperceptible.

Demasiado en juego.
Como buen cirujano, observa con morboso placer la violación de la carne: epidermis, fuste del pelo, glándula sebácea, dermis; folículo pilífero, glándula sudorípara, estrato subcutáneo, tejido adiposo, arteria y vena; pero el cerebro sólo registra la proa del cuchillo que se abre paso en medio de un cordón de sangre, preparando el tórax para el corte profundo y escindido. Sabe que por ahora, apenas es una incisión demarcatoria en un universo celular prodigioso y temible.
Sexagenario. El pensamiento remite nuevamente al rechazo visceral de esa palabra. El holograma mental busca otros paisajes. Los senos turgentes y la piel firme de su instrumentista lucen su erotismo virtual sobre el cuerpo herido del niño.

Demasiado en juego.
Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.
No ha sido fácil, claro que no.
Tres años de sufrimiento, tratando de ahogar la calentura que lo asfixiaba cada vez que la veía llegar con sus minis infartantes y los escotes generosos.
Tres años resistiendo la acción depredadora de la feniletilamina.
Un promedio de setecientas intervenciones quirúrgicas anuales -a una por día, de lunes a viernes, operando incluso en días feriados – soportando ese Chanel número 5 que tiene la virtud de raptar por las fosas nasales como un inasible sembrador de minas explosivas; tratando que la voz cascada no penetrase por los poros de su cerebro. Resistiendo. Siempre resistiendo.
De pronto la postura 37 del Kamasutra, se instala en un arcano rincón de su mente. Se putea a sí mismo. No puede distraerse.
La sangre del niño salta en pequeños borbotones.
Sabe que debe conservar la concentración absoluta.

Demasiado en juego.
Es inútil porque el recuerdo ha enfervorizando su sangre; hasta el pensamiento ha perdido su habitual cordura y rigidez.
Todavía puede afrontar dos relaciones por semana; algunas con eficacia; otras con dignidad. Es consciente que maneja como un consumado Casanova a su joven amante, 30 años menor. De alguna manera ella había lanzado la primera piedra, el explosivo plástico que demoliera virtualmente su casi inexpugnable muralla moral, antes de tomar la decisión de abandonar su casa.
El primero y único engaño después de casi tres décadas de matrimonio bendecido por la iglesia (la católica apostólica, claro), abriendo el primer boquete espiritual en una estructura que siempre había creído sólida.

Demasiado en juego.
Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.
Una familia que se repartía entre devotos de principios, hipócritas que usaban estos como carta de presentación social. y también aquellos a los que no les importaba más convencionalismo que el de servir a un egoísmo feroz. Familia cuya piedra fundacional la erigiera el ancestral guerrero de la independencia, y cuyos ladrillos posteriores, fueran consolidados por profesiones tan disímiles como la política, la literaria, o la vinculada a la medicina. Obviamente, no faltaban los religiosos de diferentes jerarquías eclesiásticas, y, por supuesto, la casta de militares que seguían honrando a la nación “…pese a esos mal paridos que no hacían más que agraviar gratuitamente a los servidores de la patria”. Por alguna razón que ignora, la frase de su primo-ex Coronel del Proceso de Reorganización Nacional-, ronda asiduamente su pensamiento, siempre listo, como un boy scout gramatical.
Alguien le pasa una toalla por la frente mientras la mano sigue la línea trazada sobre el pequeño tórax.
La sangre corre a lo largo y ancho del espacio ventral del niño.

Demasiado en juego.
Casi sin darse cuenta, la hoja ha descendido a las profundidades de la carne, en medio del río celular de las arterias.
Sus ayudantes separan los elevadores de las costillas y los músculos intercostales, para que el corte no dañe la porción central fibrosa atravesada por el esófago, la cava inferior y la aorta.
Por debajo de la estructura ósea, debe deslizar el acero a través del trapecio, el dorsal ancho y los romboides, desde las vértebras hasta las costillas. Un tortuoso camino antes de llegar a los músculos que se sitúan en relación con la propia columna vertebral.
El reloj le indica que hace dos horas que está operando.

Demasiado en juego.
Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.
Falta poco. El equipo de transplantes está en máxima alerta esperando su señal. Consulta el visor. La presión, irregular, amenaza convertirse en crítica; el corazón del niño enfermo se abre y cierra en forma arrítmica, en medio de un sordo resoplido. A una seña suya, el equipo paraliza sus funciones. La preocupación mayor es la de evitar que el órgano vital entre en colapso. Ve la contracción isométrica antes que la presión expulse la sangre en la aorta. Sabe que la sístole se está debilitando segundo a segundo. Su agudísimo oído capta una ligera exhalación, como el de la implosión de una frágil copa de cristal. Cree sentir y percibir la confusión de millones de células pulmonares.
No es hora de pensar en el prodigioso culo de la instrumentista ni en las interminables fellatios a las cuales lo sometía la libidinosa compulsión de la mujer. ¿Quién habrá sido el estúpido que dijo que ése era amor a la francesa?
Por primera vez siente como propia, la ansiedad del grupo. Mira atentamente. Ahora es la diástole que relaja las funciones dilatando el corazón. Los ventrículos reciben la sangre de las aurículas con creciente esfuerzo, transitando casi agónicamente un nuevo ciclo.

Demasiado en juego.
La mano se abre en señal de reanudar las tareas.
El corazón del niño donante se halla en la caja azul, custodiado por los paramédicos que esperan una señal suya.
Por fin, el bisturí ha completado su mortífero recorrido. Sabe que recién ahora viene la parte más delicada de la intervención, el transplante propiamente dicho. De todos modos, ha dado un gran paso.
Ella desliza sobre él una mirada lasciva y musita un todo bien que lo siente más cerca del erotismo que del miedo y la angustia que parece dominar al resto de los operadores.
El corazón enfermo es arrojado impiadosamente en un recipiente de residuos humanos. Imagina escuchar el silente sonido de los últimos restos de aire que escapan de los enfermos pulmones. Nunca ha podido sustraerse a la idea metafísica que no sólo muere un corazón enfermo; que mueren además, miles de millones de individuos celulares refugiados en las arterias y las profundidades cavernosas, muertos todos ellos, antes de explotar, literalmente fagocitados por la muerte.
Retrocede unos pasos y se desprende el barbijo. Ahora puede tomarse un resuello, un breve descanso mientras sus ayudantes acomodan en el tórax abierto el nuevo y rozagante corazón.
Resiste su deseo de arrojarse boca arriba sobre el mullido sillón. Ve el índice de ella entre los cuerpos masculinos. Tal como se lo prometiera antes de la operación, la botella de Ballantines y el vaso de grueso cristal tallado, aguardan el trago reparador.
Momento de un pequeño repaso mental.
Sabe que es el mejor especialista en cirugía del tórax. El complejo cardiorrespiratorio no tiene secretos para él. Casi 40 años de padecimientos, en una lucha áspera y descarnada.
Un combate sin concesiones dónde muchas veces se ha visto obligado a ceder su presa a la maldita muerte. Cuarenta años de romanticismo estúpido como cirujano exclusivo de hospital, mientras sus compañeros de promoción – clase media alta y clase alta, todos ellos -se mofaban de él continuamente.

Demasiado en juego.
Claro que todo tenía y tiene un límite. Le habían prometido el Ministerio Público. Cargo hartamente merecido. Una forma de terminar dignamente su carrera asegurándose una jubilación sin contratiempos. Pero algo falló. El centenario Partido político al que las encuestas señalaban como holgado ganador en las elecciones, debió ceder la mayoría ante un movimiento nuevo que gozó de un apoyo mediático imposible de contrarrestar(Al menos le sirvió para tomar nota de que el verdadero poder, se había desplazado desde la política hacia lo económico y que en este rubro, los medios se habían convertido en los rectores y custodios de la vida pública).
Era tanta la confianza en el triunfo, que los dirigentes del partido acordaron adelantarle dinero con el objetivo de mejorar su imagen: casa nueva, auto nuevo, e incluso la renovación total de su ridícula y gastada indumentaria. ¿Resultado final? : la derrota lo obligó a devolver la casa y el auto, humillación que su mujer no pudo tolerar ; la pobre infeliz entró en una depresión tan profunda, que llevaba tres meses internada en el anexo de Salud Mental del Hospital-esquizofrenia era el diagnóstico-, bajo intensivo tratamiento psiquiátrico.


Demasiado en juego.
El padre del niño transplantado es el Ceo de una multinacional muy importante. Sueldo anual de 6 dígitos (y en dólares). Un día se apareció por el hospital. “Me han dicho que es el mejor cirujano”, le dijo balbuceando. Lo vio bajar del automóvil Mercedes Compressor, último modelo. El empresario le invitó a beber un café. “Por favor, es muy importante.” Le habló del problema de su hijo. Una grave anomalía congénita cardiorrespiratoria. Lo había registrado en lista de espera en el Incucai(*).Le confesó que había tratado de sobornar a los funcionarios pero que resultó peor el remedio que la enfermedad; ni siquiera le habían permitido insinuar que estaba dispuesto a poner el dinero que hiciere falta para salvar a su primogénito.
En aquellos momentos, sintió la mirada desesperada del empresario, como el tacto pegajoso de un ente invisible e inasible. El recuerdo del remate es minucioso. “Usted es un hombre del Partido; tiene influencias. Úselas, por favor, no tiene idea de lo que se sufre pensando que un hijo se nos muere irremediablemente. Salvo que... yo sé que a usted la plata no le interesa, pero estoy dispuesto a poner 500.000 dólares para mover lo que haga falta. Si usted quiere ofrecerla en donación para campañas políticas del Pardito es cosa suya, pero, por favor, no abandone a mi hijo. Usted es su única esperanza”.

Demasiado en juego.
Entonces, el medio palo de verdes resbaló por su cara de póquer como correspondía a un hombre de bien. “No hablemos de dinero. Veré que puedo hacer”.
Por primera vez en muchos años, ese día, tuvo la sensación que el viaje desde el hospital hasta su casa se había triplicado en kilómetros. La cifra ofrecida por el hombre representaba casi 500 veces sus ingresos mensuales, el canon hospitalario que un idealismo al que su propia familia consideraba estúpido, casi extravagante, le impidiera negociar en forma privada a lo largo de su carrera.
Por unos segundos cerró los ojos. Otra vez la invasión de la mofa de sus amigos y los decibeles de las carcajadas que parecían filtrarse a través del parabrisas de su viejo Renó 12, mientras se filtraban también por los intersticios de los cristales y la carrocería, las repetidas palabras que su mente solía enhebrar
peroqueganasteboludoaversitecreístequeteibanadarunamedalladeoroportudedicacionnotedascuentaquevivimosenunpaíscapitalistaaversiteaviváviejotenesquecantarlosversosdediscépoloviejoaquellodequeelquenolloranomamayelquenoafanaesungil.
Sexagenario. Una vez más el detestable término contrayéndose en su mente casi como un ritual; la escalera que desemboca en el sótano.
Hasta ella ejerció presión psicológica, el mismo día que le confesara la propuesta del Ceo.” Quiero que salgamos esta noche”, le dijo, sin poder simular el temblor que agitó la comisura de sus labios.
El recuerdo comienza a mostrarse luminoso, como una pintura de Velázquez. Echada de espaldas sobre el centro de la cama, en medio de la luz azul en degrade que subía y bajaba por las paredes del hotel alejamiento, la hembra humana hacía uso y abuso del poder ancestral de su maldito sexo. Repetidas fellatios habían barrido sus mínimos vestigios de simio superior, de criatura erguida acostumbrada a ejercitar el sagrado juego del amor, por encima del bestialismo oscuro de la carne.
Como un animal viscoso, soplaba y resoplaba; jadeaba y reclamaba. De pronto, el brazo femenino que se instala a modo de cuña entre los cuerpos de ambos; luego, la voz ligeramente varonil de ella lanzando con descaro la propuesta inmoral pero irresistiblemente atractiva: “Estuve pensando en la propuesta de ese hombre. No podés rechazarla José María. No estás robando a nadie; el hombre te ofrece ese dinero porque lo tiene. Así de sencillo. Con respecto al órgano, sabés muy bien como se manejan esas cosas en los hospitales. Ponés unos pesos y vas a tener cola con los ofrecimientos”
Algo debe haber visto ella en él, porque de inmediato retomó el perfil del reclamo. “No quiero que tomes a mal esto pero... ¿cuántos años de vida creés que tenés de aquí para adelante? Vos mismo me dijiste una vez que después de los 60 se vivía gratis. Ya sabés como pienso yo, José María. Después de la muerte, ni alma ni espíritu ni ninguna de esas estupideces a las que tratan de someternos los vendedores del cielo y del infierno. Se acabó José María. El final es patético; no existe compasión para la muerte. Todo lo que quieras cargarle a la maldita muerte, será poco. Para mí, toda la vida no es más que el ejercicio sutil de un refinado sadismo practicado por la muerte: te martiriza con las enfermedades, se alía con el espíritu para meter sus cuñas permanentes de angustia, y luego te arranca brutalmente de la vida sin importarle nada de tus sueños. Se acabó. De pronto, el estúpido y soberbio homo sapiens, convertido en pocas horas, en un horrendo montón de carne informe; una argamasa de huesos cuyo destino final- y escuchame bien, José María-, cuyo destino final será siempre el de mesa comestible de miles de gusanos. ¿Qué carajo valdrán tus principios morales; eso que con tanto orgullo llamás mí espiritualidad, el día que tu ser sea tomado por el silencio y la oscuridad de la maldita eternidad? ¿En qué lugar de la puta tumba vas a poner el marquito de persona de bien? Ya te dije una vez, que el bien y el mal, según nuestro abstracto pensamiento, están ligados a esa espiral genética que nos marca desde la cuna. De todos modos, el verdadero bien y el verdadero mal nada tienen que ver con esos humanos estereotipos. Nosotros somos simples conejillos de indias en un laboratorio en el cual, Dios y Satanás, pujan por controlar el corazón del hombre. ¿Y querés que te diga una cosa? En esto, el diablo la tiene clara, José María”.
Demoledor. Imposible no sentir los cimbronazos de aquellas palabras escalofriantes, cada una de las cuales era como un cartucho de dinamita que conformaba un temible paquete explosivo.
La mujer no tardó en acercar la mecha.
“Estoy dispuesta a darte lo que siempre me pedís, a condición de que aceptes el ofrecimiento del empresario. Es por tu bien, José María...”
Inútil resistir. Nada pudieron la formación dogmática de la escuela católica, ni tampoco la disciplina, el ascetismo insobornable del hermano consultado, el mismo que había perdido sus dos piernas durante la guerra contra SMB por las islas Malvinas.
Tampoco habían podido hacer mucho “El hombre mediocre” ó “Hacia una moral sin dogmas”, libros rectores de su época universitaria. La fortaleza y el ideario incólume de José Ingenieros, comenzaban a hacer agua por primera vez en su vida.
Ella puso la última reflexión, segura hacia que lado se inclinaría el fiel de la balanza: “Nunca se lo di a nadie; vas a ser el primero. Por favor... dejá de lado esas zonceras de los principios, Josemari; toda basura, mi amor. Mirá como vivís...”
Con el whisky haciendo pequeñas olas en su boca, recuerda que pensó cómo, en aquellos momentos de soberana calentura, ella podía mantener la mente libre, independiente de las sanguijuelas de la sangre que devoraban su propio cerebro, convirtiendo cada retazo de su piel en un géiser ardiente y seco. Pero no lo dijo. Sólo lo pensó. En cuánto a él, las vísceras se habían impuesto a los viejos prejuicios, acallando al mismísimo Cristo.
Claro que aceptó; en parte por su enfermiza adicción a la sodomía, y en parte también porque el remate -: quinientos mil dólares libres de gastos-, terminó por infiltrarse en todos los intersticios de su ciudadela moral. Estaba cansado del viejo Renó 12; de la vieja casa de Ciudadela sur; del viejo presupuesto recortado, de las viejas falencias y sobre todo, de las también viejas burlas de la familia.
Después de todo, ¿qué había hecho de malo? En nombre de los sacrosantos valores de la moral y el sagrado juramento hipocrático, el Estado se encargó de administrar y preservar un sistema de vida muy acotado en lo material. En la década del 50, hubiera sido un cirujano pobre; hoy podía ser considerado clase media baja. Doce horas de trabajo enfermizo y rutinario, todos los días durante casi 40 años; invariablemente, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Las visitas inter-familiares se habían reducido a las fiestas de cumpleaños o a las odiadas fiestas de Navidad y Año Nuevo, en las cuales - también invariablemente -, algún pariente hijo de puta siempre se encargaba de recordarle que todavía no había podido vacacionar en Punta, lugar dónde sí concurría todos los años el resto de la familia grande y la mayoría de sus amigos y colegas, como solía apuntarle de costumbre, cualquier otro integrante del clan.
Sexagenario. Y dale con la maldita palabreja.
La recta final. Demasiado en juego, sí, pero no el juego de vida del inocente niño al que pronto tendría que acercarse para ultimar los detalles finales de la operación. En realidad, sabe que ahora se trata de su propio juego, el de quemar los últimos cartuchos sin las malditas previsiones de siempre. Cuatrocientos setenta y cinco mil dólares. Veinticinco mil dólares ya no eran suyos. Y aunque no hubiere contrato ni pagaré, ese pago tenía la garantía de su propia vida, ni más ni menos.
Claro que no era nada fácil acomodarse a esa nueva escala de valores. Domínguez se lo dijo antes de contratarlo. “Vea, doc. Yo no sufro de prejuicios; los prejuicios pertenecen a los pobres y a los ignorantes. Sé con quién hay que hablar y dónde tengo que ir para conseguir lo que usted necesita. Allí hay de todo. Claro que hay que repartir algunas regalías, usted me entiende... De todos modos, nada fuera de lo que nosotros acordamos. Con lo que usted me da, yo me hago cargo de todo. ¿Y sabe una cosa Doc...?; una vez que me pague, nunca más sabrá de mí. Esto es sagrado y esto se cumple”.

Demasiado en juego.
Ella había logrado descorrer el velo. Después de todo, resultó más sencillo de lo imaginado el terminar por admitir que pronto llegaría el momento en que la lápida de piedra se interpondría entre su humanidad y el cochino mundo. Ana María sí que la tenía clara. Esa era la única y maldita verdad de la vida. ¿Cómo había sido tan estúpido durante tanto tiempo? ¿Cómo es que, a pesar de ser una especie de continuo partenaire de la muerte, había tardado tanto tiempo en tomar conciencia de su poder, o en comprender que toda la puerca humanidad dependía del poder corrosivo de la misma?
Mentira el amor eterno; mentira el amor filial; mentira los te amo y los te quiero; mentira el altruismo y las buenas acciones, toda una mentira infame porque la muerte y el olvido se quedarían con cada uno de esos sueños estúpidos e inocentes. Verdades duras pero verdades al fin de su amante instrumentista, la misma que había abandonado la carrera de Filosofía y Letras, después de comprender que el pensamiento humano se venía repitiendo a lo largo de los últimos siglos, y en beneficio de una casta dominante.
………………………………………………………………………………………………
Oye pasos. Es ella que viene en su busca.
Al sólo contacto de su mano, tiene la impresión de que su ego hace cabriolas en su interior. Erich Frönn, con El arte de amar, asalta súbitamente a su memoria. No, aquel hombre no sabía nada con respecto al amor. ¿Cómo se podía amar con el cerebro? ¿Acaso el amor era un acto de deber, una obligación moral ineludible? Tonterías. El amor no era un acto volitivo. Y si era volitivo, no era amor; apenas un remedo parido por las aristas del afecto o la admiración. Sí, el amor era sádico, cruel y egoísta, la muestra cabal de la conducta humana, la verdad incontrovertible de las vísceras, de la cual el orgasmo, era sólo la parte visible de un universo aterrador y desquiciado.
Casi como un autómata se deja llevar por ella.
Se acerca a la mesa de operaciones. El nuevo corazón del niño ya funciona por sí mismo. De todos modos, faltan las costuras finales que sólo sus manos expertas pueden encarar.
El padre del niño transplantado ya le ha pagado por adelantado. Domínguez lo está esperando en el Bar de la esquina. Al término de la operación le llevará la plata que ha puesto en un sobre; condición sine qua non para operar.

Demasiado en juego. Nada de exponerse gratuitamente en una actitud sin retorno.
Por suerte, los hechos se han desarrollado de manera menos traumática que la imaginada en el preciso momento de asumir la extrema decisión.
Hora de incinerar los ideales. Un giro de 180 grados. Lástima el maldito cosquilleo; la punción pegajosa y molesta que corre intermitente entre el corazón y el nacimiento de la garganta. Lástima la imagen repetida, el holograma mental que se contrae una y otra vez en su cerebro, imaginando el momento en que el padre del niño al que acaba de extirparle el corazón, se habría hecho presente en la comisaría, para denunciar la desaparición de su hijo.

Mario Capasso

TRISTEZA DE LA CASA LEJOS

No hay vuelta que darle, che, por más que busco no encuentro los papeles. He revisado cada rincón, pero la casa es grande, y triste.
No sé por qué me decidí por la cocina para comenzar la búsqueda, tal vez el hambre guió mi elección, no lo sé, y si bien no hallé demasiados alimentos, fue suficiente como para recomponer mis fuerzas y seguir. En la cocina habitan olores raros, se distinguen entre sí, no se mezclan. Exploré cada mueble, el horno, la heladera, revolví las ollas y los cubiertos. Mientras tanto, la gente entraba y salía.
A la sala de estar le dediqué una minuciosa revisión. Pedí permiso a los que se encontraban ya allí, ni me lo dieron ni me lo dejaron de dar. Algunos se entretenían en juegos que no conozco o leían revistas y diarios con nombres extraños, otros conversaban y me hubiera gustado entender lo que decían. Se escuchaba música, distintos ritmos, pero tango no.
Algo desanimado, entré al dormitorio. Había personas que dormían, unos cuantos hacían el amor, los menos parecían pensar o tal vez sufrían de insomnio. La búsqueda allí también se vio coronada por el fracaso.
Voy a intentarlo de nuevo, debo recomenzar, los papeles que busco representan mi pasado, dan cuenta de mi historia. Pero será difícil, la casa es grande, y triste, y yo no la elegí, y nunca será mi casa.

Liliana ALEMAN

LOS PASAJEROS DEL TELEFÉRICO


(LORENZO)

si vive de contramano allá él pero es increíble como Lucio nunca se da cuenta de nada y cuando le pasa lo que le pasa encima habla boludeces y me culpa a mí de que no le avisé de qué no le avisé de que la inmensa y negra columna de hierro estaba ahí adelante de sus narices cuando él iba detrás de mí por eso cómo podía yo adivinar que él miraba hacia otra parte y aunque se lo aclaré con lujo de detalles no quiere entender que me había distraído por la chica del viejo pienso qué cosa ese viejo se murió solo en la montaña y sin ella es decir la que entró a la cabina cuando Lucio se tragaba la columna y seguro todos habrán oído sus quejas que ponían los pelos de punta y encima yo que corría para no perder el lugar y Roberto que lo apuraba y a la vez me gritaba para que los esperase hasta que por fin frené bloqueando la entrada para hacer tiempo aunque es difícil cuando se depende de los demás no obstante llegaron y ahí fue que los tres nos mandamos de repente como animales dijo el viejo porque al sentarnos en el teleférico se movió todo y a él le molestó tanto que le murmuró a la chica que éramos peor que los animales y se dio vuelta a mirarnos con su cara de bull dog justo cuando yo me reía de la cara machucada de Lucio bah y viene un flor de hematoma a la altura del ojo derecho casi en la mitad de la calavera tanto que al pobre se le translucía como si le hubieran pasado liquido fosforescente medio sanguinolento oh...no tendría que haberme burlado ni mucho menos haberle deseado que se muriese y que yo recuerde nunca me pasó algo semejante pero no debo sentirme culpable si yo no tuve que ver con su desgracia y tampoco lo conocía ni tampoco cruzamos una sola palabra qué tal con la locura porque qué locura sería que yo me viese implicado aunque en este país cualquier cosa y como nunca se está seguro de nada lo mejor es rajarse de los problemas por lo tanto mejor pienso bien en lo que voy a declarar sí es conveniente ser precavido con lo que se dice o sino quién sabe a uno le cargan las tintas porque siempre a alguien hay que encontrar o si creen que sabés más de la cuenta te llaman a cada rato de esos juzgados yo sé que Lucio puede decirles que estuve pendiente de la conversación pero a mí que me importa les diré aquí ninguno los conocía y si alguien mató al viejo lo sabrá ella que iba con él porque los tres nos quedamos en la confitería del nivel medio tomando algo caliente y después se largó la tormenta mientras discutíamos por lo de la columna le dije a ese infeliz que por mi que se muriese pero que la próxima vez no me metiera en sus cosas porque yo no pensaba mover un dedo para ayudarlo ni tampoco para ir a la morgue a reconocer a nadie oh... dios... yo lo sabía tan bien que de venir con él de vacaciones terminaría siendo un fiasco sin lugar a dudas no hay vuelta con los pálpitos y a buen entendedor sólo le queda obedecer pero cómo si Roberto lo lleva a todas partes siempre mi hermano con esa debilidad hacia él sí porque toda la vida fue de tener debilidad por sujetos como Lucio y es que le gusta proteger infelices sólo que esto no debe confundirse con ninguna virtud ya que a Roberto le reconforta comprobar que otros están en un escalón más abajo o como suelo decirle que mal de muchos consuelo de tontos aunque me parece que últimamente los tontos son los que salen ganando así vale la pena ser tonto o zorro según la ocasión igual que mi hermano anoche después del bowling mientras volvíamos al hotel y él se puso a silbar yo sabía que no era de frío ni de ganas de mear por el frío porque conozco sus mentiras por ese silbido al final de la oración no quería oírme porque le molestaba que yo empezara con que el bowling no era para maricones también una vez que se nos daba y el aguafiestas de su amigo salió con que tenía sueño cuando las chicas querían ir a Down Town Drinks eso hubiera sido hasta la madrugada dale que dale pero ellas se fueron por su cuenta enojadas yo pienso que lo mejor es hacer rancho aparte bien lejos de los plomazos sí después de esto todo será diferente o sea que a Roberto le diré no pienso ir más con ustedes y basta de sobornos si no tengo dinero me quedo en casa total a veces estar solo es lo mejor pero qué pocas luces la de estos tipos tenernos aquí un montón de tiempo hasta que se lleven al finado a la morgue o que todos terminen de declarar es impresionante la cantidad de personas que pueden estar en un asunto así Roberto está nervioso no hay duda siempre se muerde la boca y camina como un león qué va a decir que no vio nada que no sabe nada mi hermano es especialista para escapar por la tangente aunque su amigo no sé ya que no es conveniente confiar en los imbéciles por como truena parece que vamos a dormir acá en la confitería viendo los relámpagos contra los vidrios aunque peor sería quedarse varado en el teleférico no puedo quitármelo de la cabeza ese hombre que ahora está allá cubierto por el hule gris parecía el viejo de la chica seguro por eso no le presté atención a lo que decían mejor eso le diré al cana que el hombre hablaba con ese tono de yo lo sé porque nací antes y recién cuando tengas mi edad vas a entender lo que te digo y como el señor se expresaba como lo hacen los sabihondos entonces no le di importancia es que uno se cansa de que en la vida nunca faltan los que ordenan los cerebros para llenarlos de pavadas hasta que la piba se levantó y quiso irse oh qué agallas señor y de pronto la manota del hombre la retuvo con fuerza por el brazo y ella se sentó en el exacto momento que la puerta se cerró herméticamente entonces uno reflexiona acerca de la fe pero no en sentido religioso no obstante somos más crédulos de los que suponemos tengo que decirlo la espié por el reflejo del cristal y parecía a punto de llorar cuando nos pusimos en marcha era lindo sentir que flotábamos encima de la pista de esquí qué amplitud la de esa inmensa alfombra mágica y la pobre le dijo al viejo que tenía miedo de caerse en realidad estaba sugestionada por los presentimientos aunque yo me di cuenta qué ahí pasaría otra cosa y sí por lo bajo él dijo que ella debía acompañarlo porque para eso era su mujer y repitió su-mu-jerrr... con la ere larga me envolvió pero qué situación tan despareja en la que gravitan ciertas personas más que absurdo no
*


(LUCIO)

si se muerde la boca es porque también él está preocupado quién no sabe como son estas cosas cuando se embrollan a ver si nos tienen acá toda la noche o hasta oh por dios podríamos perder el pasaje con tanta gente que viaja para esta fecha van desesperados buscando paraísos igual que Lorenzo espero ojalá no vaya a decir más de la cuenta total ninguno de los tres tuvimos nada apenas cuánto diez minutos o quizá menos antes de que lo encontraran muerto ahora me da lástima pero es así siempre hay que tener un culpable a mano claro que si la autopsia dice lo contrario de verdad no entiendo por qué me preocupo al hombre apenas lo vi un instante cuando me di vuelta yo sentado justo detrás qué bah la mayor parte del viaje la pasé y es fácil probarlo muy dolorido basta mirarme la cara con el ojo que todavía me palpita fue por esa podrida columna de hierro de la estación qué bárbaro debería hacerles tremendo juicio por los daños qué irresponsabilidad de no poner carteles de CUIDADO por que con la gente nunca se sabe además tampoco es cuestión de ir pendiente de las cosas que sobresalen y encima yo que vivo distraído a ellos ni lo vi en realidad si recuerdo a la pareja de adelante es que hablaban fuerte y aún cuando él me aturdía con su voz de trueno tampoco le presté atención quizá porque el golpe me había dejado somnoliento Roberto al verme cabecear me sacudió varias veces mejor no te duermas no es conveniente hay que gente que... y para que yo me mantuviese despierto mí amigo me insistió tanto con el paisaje que de pronto me dio ganas de sacar fotos espectaculares fotografías desde lo alto yo debía dejar grabado ese momento irrepetible no te parece impresionante se burló Lorenzo qué tal si nos sacamos los tres juntos antes de bajar y me di vuelta para pedirle al señor de atrás si por favor nos tomaba una panorámica entonces le dije disculpe dos veces y recién a la tercera la mujer me miró con los ojos un poco irritados
*

(ROBERTO)
si Lorenzo entendiera que lo de esta tarde en el teleférico fue intrascendente sólo diría que vio a un hombre enojado porque su mujer quería irse más o menos rápido tendría miedo porque se daba cuenta de qué caerían unos buenos rayos en el cerro y qué hay de malo con mantener a tiro cierto egoísmo digo que uno trata de hacer lo que quiere si lo dejan es tan intrascendente como el hecho de que el marido deseara esquiar y ella no sufra habrá pensado él durante la controversia seguro el tipo estaría resentido por algo y trató de convencerla a su manera pero a mi hermano le pareció brusco no autoritario dijo demasiado brusco sobre todo cuando la agarró del brazo para obligarla a quedarse increíble cómo uno termina preocupándose por gente que ni siquiera conoce luego de media hora todavía seguíamos hablando en el bar de la pareja y hasta discutimos si ella habría aceptado sí dijo Lucio pensándolo bien yo no estaba tan seguro y ninguno recordó haberla oído que se lo decía quizá fue demasiado todo ese tiempo en el que la mujer permaneció callada lo probable ocurre a menudo cuando alguien que discute o ruega de repente enmudece y para el de afuera cae de maduro que es blanco o negro somos así al creer que el sujeto admitió el error o se ha dado por vencido y qué tal ahora comienzo a darme cuenta de que la mujer hizo silencio porque piensa como yo que lo que se dice termina siendo intrascendente me da lástima Lorenzo y sus ardores estomacales eternos estoy seguro que ahora justo tiene uno de esos luminosos y estridentes o de lo contrario no habría pedido que le alcanzaran un vaso de leche a mi hermano que jamás entiende que no debería amargarse tanto y eso que se lo digo al testarudo que se deje de vivir soplando agua del océano
*

domingo, 22 de junio de 2008

Susana Szwarc

J A B A L Í


...El pasado, como fotografías sin fecha, muestra cuerpos que se han vuelto extraños y cuerpos que se extrañan, objetos peligrosos y animales de una inquietante familiaridad...
GERMÁN GARCÍA


Habían llegado los plomeros y miraban la biblioteca. Decían que Borges había tenido en el sótano de su casa un cuerpo de magia. Después vieron el libro “Esma.Fenomenología de la Desaparición” y dijeron que los militares habían hecho lo posible para desprenderse de cuerpos extraños. No discutí y les ofrecí café. Finalmente eran trabajadores y hacía frío. Pero me puse a llorar. No quería que esa gente estuviera en mi casa. Les pedí que se fueran y me puse a buscar “El dolor” de Vladimir Holan. Necesitaba leerlo, que me abrazara y ese abrazo me hacía llorar más. Pero me distrajo una gillette que estaba como un pétalo entre las páginas.

Cuando era chica me gustaba llevar una gillette en la mano izquierda. Unas amigas me habían enseñado su uso: guardarla en la mano apretada y al acercarse un jabalí, abrir la mano. Era maravilloso llevar esa especie de arma, de adorno, sobre todo porque no había ningún jabalí cerca de mi casa. Sin embargo, una vez me hice una enorme cicatriz en el dedo pulgar. La sangre no dejaba de salir y yo quería ocultarla de los ojos de mis padres. Nunca me gustó dar explicaciones, creo.
Cuerpos extraños no es lo mismo que extraño los cuerpos.
Seguía llorando. Miré el pulgar de la infancia. Había dejado de sangrar y la cicatriz había desaparecido, ¿cuándo? Antes se veía esa línea, ahora la cicatriz estaba sola en la memoria. Sin cuerpo. Sin mancha. A la deriva.

La cabeza sobre la gillete. Me adormecí. Un jabalí gigante se acercaba, era mi oportunidad de usar lo aprendido, pero sabía que estaba en un sueño y que además me había vuelto completamente escéptica como para creer en jabalíes o en la esquelética figura del sentimiento. Sabía -también en el sueño - que este no creer me daba una apariencia de creyente, me volvía bondadosa porque me apiadaba de todos, personas, plantas, animales, piedras. En fin, me apiadaba de mí. Increíblemente la piedad es útil, se puede escuchar todo (todo) con una especie de dulce desdén. En ese “dulce desdén”, el otro se aferra siempre sólo a la dulzura. Entonces, ¿Por qué seguía llorando en el sueño? Dormida, escuché la voz de Holan: “los cementerios crecen y te rebasan debido a la misma muerte”, gritaba muerto y con la botella en la mano. Y dio tres suspiros, se enderezó el cabello. Quería despertarme, ponerme de pie. Estás muerto, le dije, y yo estoy cansada y no me das ninguna pena. Holan se largó a reír: “¿Creés que no soy más mortal que mi cuerpo, querida?” Y agarró una hoja, una lapicera. Escribió: El pensamiento perdido en los ojos del ciervo / reaparece de nuevo en la risa del perro.

Me desperté. Estaba ofendida, me había alejado de mi jabalí.
-¿Hay más vino?- Dijo Holan que bostezaba, escribía.
-No.
Entonces golpearon a la puerta Isa y Lili.
-Pasábamos por aquí, vimos la luz, trajimos vino.
Pusimos la casa en penumbras. Ellas caminaban, Holan suspiraba. Extrañábamos los cuerpos.
Mis amigas se fueron cuando se vaciaron las botellas. El último trago fue para Holan que sacó la gillete de mi mano y la pasó en caricias por la piel del jabalí, mientras decía: “nunca hay bastantes lágrimas”.
-Pero igual tengo hambre- y nos fuimos a buscar el pan.

Incluído en "El azar cruje" (Catálogos, 2006)

jueves, 19 de junio de 2008

Liliana ALEMAN

TODOS LOS MOMENTOS


¿Qué revelación más aterradora que la de comprender
que este momento es el momento actual?
La conmoción no nos destruye, porque el pasado
nos ampara de un lado y el porvenir de otro...

VIRGINIA WOLF, Orlando



Él abre los ojos y de pronto no ve nada. No ve nada pero tampoco puede recordar... Ni siquiera su nombre. Sí, su nombre verdadero. ¿O acaso nunca tuvo uno? ¿Alguien que pudiese nombrarlo...? Quién sabe, quizá ni él exista realmente en este instante. Aunque respire, claro respira, entrecortado, respira, siente... Un poco entorna los ojos como queriendo calibrar la oscuridad de aquel lugar hasta el momento desconocido para él. Le da miedo, un miedo vertical y suntuoso. Le gustaría abrir los ojos de repente, pero eso lo asusta. Entonces quiere y no quiere. Por nada del mundo se atrevería a enfrentarse a la supuesta oscuridad que debe reinar allí. Y se apiada de ese cuerpo que lo sostiene aunque le parezca desconocido, inimaginable, rígido... Cómo no se conforma. No. Reflexiona. En realidad, el hecho de no recordar hasta carecería de importancia. Es verdad que ha olvidado las cosas. Claro que sí y de una manera generosa. Pero no lo lamenta. Total... quizá aquellos recuerdos intermitentes, escuálidos, casi perdidos, nunca le habrán pertenecido del todo.
Apenas un rato después, en ese ir y venir de cosas por la cabeza, surge lo que para él es casi con seguridad un hecho reciente. Lo toma en consideración y se deja arrastrar por las imágenes. Algunas son difusas como si proviniesen de un charco enlodado. De pronto, él presta atención a la voz que le sale de las profundidades de su ser. Alguien tenía una cita. Es cierto, alguien debía concurrir a esa cita. Y alguien llega a la cita: entra en el Edificio Blanco y de repente un hombre con uniforme le pide el documento. Pero quien fuese que concurre a la cita, se niega a mostrarlo. Miente, dice que ya ha estado en el edificio varias veces y que no es necesario. Se desata una discusión. Muy desagradable, el sujeto con uniforme tiene un vocabulario incontinente. Por fin, ¿presentó su documento? Él duda, aunque lo más probable es que nada haya sucedido realmente, no obstante, por qué alguien no querría identificarse ante el personal de seguridad del Edificio Blanco.
Estar acostado boca arriba le dificulta la respiración. Bosteza. Mordisquea el borde de la sábana en la oscuridad. Se frota los ojos. Con la yema de los dedos recorre la tela. Su textura no se parece a la de una media de red pero él no puede dejar de pensar en todos esos hilos de nylon que se cruzan versátiles formando rombos a lo largo de la pierna. Retuerce la sábana como si quisiera romperla aunque carece de la fuerza suficiente. Y tampoco consigue moverse bien. Igual prueba incorporarse. Le cuesta aceptar que tiene un cuerpo que no siente. Es como si ese cuerpo estuviera vestido de otra forma, embutido dentro de algo rígido. Mueve las manos a ambos lados: a la derecha roza el lateral de una mesa y a la izquierda el vacío. Lo desespera la idea de ese vacío y también de encontrarse imposibilitado en un lugar de dimensiones desconocidas. Quiere llamar, pedir ayuda, por favor, alguien que venga y encienda la luz... Reflexiona: ¿y si esas personas no son amigables? Mejor tomar recaudos. De nuevo intenta incorporarse: con el tórax hace fuerza hacia arriba pero no puede. Sea lo que sea que lo está reteniendo, esa carcasa, parece adherida a su carne. Decide que por el momento se conformará con mejorar el funcionamiento de las extremidades superiores. Es imprescindible encontrar la tecla de luz y para eso le bastan sus manos. Extiende los brazos bien arriba, los estira por encima de su cabeza, bastante más allá de los hombros hasta que se topa con el respaldo de la cama, unos cuantos barrotes metálicos. Una alegría traspasarlos y alcanzar la pared. Entonces deviene un recorrido minucioso en busca de una tecla, un cable, cualquier cosa que sugiera la presencia de una lámpara... Pero no, sólo la pared fría y ligeramente imperfecta. Igual que sus brazos, también fríos, algo huesudos y carecen de vellos.

Late el párpado izquierdo, el ojo irritado llora. Arde detrás del lagrimal. Se imagina que toda su cara es alargada y de un color azul muy intenso. Coloca la mano encima y forma un cuenco. Permanece así bastante, hasta que el ojo se aquieta. Ahora siente sed. Cree recordar haber tomado un vaso de agua en la cocina de su casa antes de salir. Entonces deben haber pasado varias horas porque está muy sediento. Se humedece los labios con la lengua y al sacarla de la boca tiene la sensación de que es demasiado grande en proporción con la nariz o la frente.

De pronto, un repentino olor a cloro, agua con cloro más precisamente, lo mismo que en los natatorios. Casi se duerme imaginándose dentro de la inmensa pileta cubierta de algún club. Supone que pasa un tiempo incalculable, en efecto, en el tiempo de la semi-conciencia. Sin embargo la sensación de estar en un natatorio persiste. Y casi se vuelve tan real como la de su sed. Pero se da cuenta de que no está en ningún natatorio. Quizá aquel lugar no sea otra cosa que una cárcel y él quien espera la resolución de su condena:
¿Es posible ser culpable sin recordar? En tal caso, ¿será posible, por ejemplo, haber matado a alguien y nunca reconciliarse con el olvido?

*

El ascensor se detiene en el anteúltimo piso del Edificio Blanco a las nueve de la noche. Ella desciende del lado donde se encuentra la angosta escalera que conduce a la torre del reloj. El punto de partida, desde ahí se continúa hasta el final del pasillo. Al doblar a la derecha, tal como se le indicó, ve la otra escalera que la llevará a la oficina del último piso. La cita era a las nueve en punto. Ella observa que el edificio, una mole antigua de oficinas, carece de intimidad: todas las puertas tienen una franja amplia de vidrio esmerilado. Pero a esa hora ya no queda nadie en las oficinas y los vidrios son como paneles oscuros empotrados en las puerta. Ella se mira en el espejo. Piensa que es inútil. Nada, ni el maquillaje, ni los trucos, ni ese mechón intencional cayendo sobre la cara sirven para cubrir sus rasgos grandes. Sube por la segunda escalera que desemboca en un hall mínimo. Ahí lo encuentra al hombre vestido con un ambo gris. El hombre pregunta: ¿Francis? Ella responde que sí. El hombre (¿decepcionado?, ¿confundido?, ¿incómodo?), pregunta: ¿Por qué te vestís así...? Ella explica que le gusta que las cosas no sean tan visibles y le muestra su bolsa de gamuza. Lo acerca para que el hombre la vea. Lo abre y le enseña las ropas que ha traído para cambiarse.

Luego resulta que el hombre la llamó para nada. Él le dice que no piensa ni desea hacer nada con ella. No es eso lo que busca. En realidad quiere que Francis le cuente todos los momentos, sus experiencias, sus ilusiones y cuanta fantasía ella sea capaz de recordar desde la primera vez que lo hizo. Le importa cada momento de ella, en forma minuciosa, de preferencia con moderada exageración. Llegaron a un acuerdo: ella se quedaría con él no más allá de las doce y él pagaría el doble de lo que Francis cobraba habitualmente.
Francis empieza a desvestirse. Primero se quita el saco y lo cuelga en el respaldo de la silla. Después el pantalón, lo dobla al medio cuidando de no arrugarlo y lo ubica sobre el asiento. Sin apuro va desabrochándose cada botón de la camisa, los desprende con la yema de los dedos. Sus uñas demasiado largas, se enganchan en algún ojal. Pero demorar no la preocupa en lo más mínimo. Tampoco lo hace a propósito. Es así. Cuando se queda en ropa interior, abre la bolsa de gamuza y saca un portaligas azul eléctrico. Y como el hombre la está mirando ella le pregunta qué color de medias quiere que se ponga. El hombre termina de quitarse la ropa en silencio. Ya desnudo se recuesta en el sillón. Queda de espaldas a ella y con el rostro en dirección a la ventana. No hay demasiados carteles en esa parte de la calle. Sin embargo el cielo nocturno es lo suficientemente claro y por momentos aparecen destellos luminosos.
Francis termina de ponerse las medias de red y se acuerda de que en la infancia ella se volvía loca por los disfraces. Era lo común en aquellos tiempos donde no podía hablarse las cosas de frente. En especial durante los carnavales, ahí ella daba rienda suelta a su imaginación. Los trajes con volados y mucho colorido siempre fueron de su preferencia. A pesar de que en la casa se le enojaban todo el tiempo. El padre, la madre... Y sí. Mal, muy mal, pero ella no hacía caso. Y qué sentido tiene ahora lamentarse de lo que pudo haberse evitado... Casi con vergüenza, se acuerda de cuando a los doce años fue sola a la kermés. Era a comienzos del verano, la ropa la asfixiaba. De pronto, un desconocido, un viejo fino, la invitó con un jugo. Había un cuarto improvisado al parque. El jugo era dulce y refrescante. El desconocido le sirvió más de uno. Serían tres o cuatro del tamaño de un vasito de café. Al rato había perdido la voluntad sobre su cuerpo. Y se dejó acostar en la litera. También permitió que él le hiciera todo eso aunque le doliese. Después, ella nunca se lo pudo contar a nadie. En realidad porque la confundía el hecho de haberse dado cuenta que a partir de aquella vez, el mundo se le había definido por primera vez.
Francis se queda en silencio. Duda. ¿Sería eso lo que el hombre deseaba escuchar? Él hace un ligero gesto en el aire. Suspira y vuelve la cabeza. Francis le pregunta a qué se dedica. Él contesta: a escuchar historias, cualquier historia, todas las historias que puedan ser hilvanadas para luego pensarlas dentro de una única y singular historia.
¿Y la desnudez?
Sólo por cortesía. Para permanecer en el mismo plano del que cuenta, porque cada uno se desnuda como puede, dice el hombre.

Francis estaba por continuar cuando afuera algo se quiebra. Es un sonido delicado como el de un cristal al partirse sobre el mosaico. La luz se corta y la oficina sólo queda iluminada por el cielo claro en la ventana. Una luna redonda y opaca se dibuja a lo lejos, detrás de los edificios de enfrente. El hombre se pone de pie. Francis ve como esa silueta se recorta sobre la noche. Y es cuando oye que se acercan unos pasos fuertes. Ella se agacha instintivamente. Justo a tiempo, antes del primer disparo. El hombre trastabilla, se golpea contra la ventana. Cae. Y al caer emite un sonido que se disuelve en el aire saturado por el olor a pólvora fresca. Una sombra avanza en dirección a la víctima que está en el suelo... La sombra se detiene delante del cuerpo y apunta directo a la cabeza.

*

Cuando la mujer policía abre las cortinas, un rayo de luz atraviesa la sala. Él se cubre la cara con las manos. Otra vez no quiere mirar. Pero la escucha quejarse. La mujer dice que la mañana es demasiado linda para estar ahí, con él. Los pasos de ella se alejan por un momento. Son pasos ágiles y nítidos sobre el mosaico. Ella le cuenta con tono impersonal que él está internado y que lo han enyesado por fracturas múltiples. Durante la noche, la gente de seguridad del Edificio Blanco llamó al patrullero después de oír los disparos. Más tarde lo encontraron a él, en ropa interior y sin conocimiento, al pie de la escalera que conduce a la torre del reloj. Él mira alrededor del cuarto de hospital: la mesa de luz, una silla, el placard y al lado la puerta del baño. Encima de la silla ve el bolso de gamuza. La mujer de uniforme le pregunta si ese bolso de gamuza es de él. Lo abre y mientras coloca su contenido sobre la mesa de luz , ella enumera: tres pares de medias de red, un portaligas, la bolsa de los cosméticos...
¿Recuerda algo? Hubo un crimen... La mujer policía mira al hombre tendido sobre la cama y le pregunta si conocía a la víctima.
Poco a poco el rompecabezas se recompone para él que casi sin esfuerzo va saliendo de la bruma. Asiente.

*

Graciela Bucci

LA OTRA MITAD

Cuando veas un centauro, confía en tus ojos.
José Saramago



Evoco, en la complicidad de este cuarto oscuramente frío, el primer indicio que me dio Víctor: “me siento raro Paula, no quise comentártelo hasta hoy, no quería afligirte, me pasa algo extraño, noto como si mi cuerpo se estuviera fraccionando”.
Sonaba desesperado. La realidad no admitía lógica. Médicos, amigos, parientes, todos alertados, cada uno desde su lugar, tratando de hallar respuestas y soluciones a lo inexplicable.
Juntos nos íbamos apartando a nuestro reducido y valorado mundo de dos. Víctor con sus medias palabras, con sus medios suspiros, con sus medias miradas, con sus medias caricias desesperadas por abarcarme. Asumía la certeza de haber perdido la otra mitad.
Debí sacar, ante su pedido, los espejos de la casa; modifiqué su ropa, instalé el dormitorio en la planta baja; su argumentación era tan válida como irrefutable: todo le costaba doblemente. No logro poner en palabras lo que sentía cada vez que cortaba una manga a sus camisas, amputaba una pierna a sus pantalones, o tiraba zapatos solitarios, divorciados de su compañero. Sacaba a la calle grandes bolsas repletas de tesoros fraudulentos.
Sólo importábamos Víctor, yo, y una vida simbiótica recién inaugurada. Aprendí a reconocer sus vacíos en la cama, a amoldarme a los abrazos mutilados, a los besos imperfectos que trataba de completar mi boca, a un cuerpo sólo parcialmente fundido con el mío. En forma matemática, traté de duplicarme, de recomponer la unidad, el todo.
Brazos como resortes en el intento de atrapar la caricia, besos múltiples para el ojo solitario, ya incapaz de llorar. Todo, lo que fuera, para compensar las carencias de su nuevo estado. Hoy lo siento más bello y más mío. Somos Víctor, su hemi-cuerpo y yo. Más completos que nunca. Como debe ser.
Como siempre quise que fuera.

José M. López Gómez

Primer Premio concurso internacional Circuito Cultural Gran Buenos Aires(1985) organizado por los 27 Municipios del conurbano bonaerense


BUENOS AIRES NO CONTESTA


9 horas
Abro mi diario personal y escribo. Pienso y escribo. Ya es un hábito; terapia de mis angustias crónicas. Recreo cada pensamiento en el papel y es como si la maldita preocupación se hace gelatina ante el discurrir de la palabra escrita. Claro que nunca viví nada como esto. Trato de quitarme la idea de que tal vez sean los últimos apuntes que realice. La preocupación es abrumadora; el pesimismo nos domina.
A mi izquierda veo la nota fatídica:Buenos Aires no contesta.
Recuerdo la charla con Morales.
“No puede ser Morales. Insista; no puede ser...”
“Le adelanto señor que hemos agotado todas las instancias: teletipo; láser... Nada señor. No obtuvimos respuesta. “¿Utilizaron a Ratvinsky?” “Sí, señor; pero él asegura que ningún dirigente del Consejo Supremo está con vida. Que ahora el gobierno de la Junta tiene una especie de hombre fuerte que se hace llamar Hermano Consejero, o Gran Hermano...”. “¿Qué tontería es ésa, Morales?" “¡Ratvinsky lo captó señor! Usted sabe que es nuestro mejor extrasensor. Es infalible.”. “Nadie es infalible, Morales. Nadie. Insista por Dios; insista””
Este es parte del diálogo que mantuve con Morales. Insista. Insista, le repetí una y otra vez. Mi voz no tenía la cadencia de otras veces; un timbre de alarma traicionaba su normal impostación.
Era consciente de la tremenda importancia que para nosotros tenían los refuerzos solicitados a Buenos Aires 20 días atrás.
De cualquier forma, aún suponiendo que el Consejo Supremo hubiera recibido nuestro angustioso pedido, no sé hasta que punto contaríamos con su ayuda. Para colmo, Morales terminó de confundir las cosas con ese asunto del hermano consejero o gran hermano...; en fin, algo me dice que las cuestiones de gobierno no andan bien por Buenos Aires. Las últimas noticias han sido dramáticas. Todas hacían hincapié de que la peste y el hambre se habían tornado casi incontrolables.
Recuerdo que en uno de los tantos mensajes, mi primo Levinstong - a cargo de la Subsecretaria de Recursos Periféricos Infraestructurales - me informó de que recorriendo el populoso partido de San Vicente, pudo observar espantosas acciones de canibalismo humano. Esto me convenció que habíamos caído en desgracia terminal; claro que nada como lo vivido últimamente(todos somos conscientes de la progresiva decadencia nacional : los saqueos del 90; el empobrecimiento generalizado al comienzo del milenio; las luchas piqueteras, y las masas de hambrientos que asolaron las grandes ciudades con los desastres posteriores).
Pienso y escribo: esta hambruna es diferente. Ha roto todas las fronteras. Es universal; sin hijos ni entenados. A la guerra terrorista, se ha sumado esta guerra no convencional en la que-aparentemente- está empeñada gran parte de la humanidad(y acoto lo de aparente porque desde tiempo atrás, hemos perdido todo tipo de contacto con una alarmante cantidad de naciones; realmente ignoramos que pudo haber pasado en las mismas respecto a esta desgraciada guerra).
Insista Morales; insista ¿Para qué?, pienso ahora.¿Para qué esa orden inútil? Cuando Morales me alcanzó el despacho, pensé que comenzaba el principio del fin para nosotros.
Claro que tengo asumido de que las cosas vienen derrumbándose desde unos seis meses atrás. Europa no contesta, fue el mensaje enviado por el Consejo Supremo. El impacto en la Base Naval fue arrasador. Pronto se hizo carne en los cincuenta mil habitantes de la ciudad.
Resultó terrible. Una verdadera conmoción. Y no era para menos. Europa representaba la esperanza en esta guerra terminal. Es el todo por el todo. La civilización o la hecatombe; la humanidad o el bestialismo.
Sí, Europa lo representaba todo; la última posibilidad de salvación del mundo occidental y cristiano.
Los otros, los mal llamados americanos, ya habían sucumbido políticamente aunque esto no sorprendió demasiado.
Pienso y escribo. Se comenta que el decadente Imperio-acorralado por el terrorismo externo e interno- sólo conserva visos de legalidad en algunas zonas rurales. Desde una década atrás, las grandes ciudades son asoladas por bandas de terroristas fundamentalistas y de los otros, que siembran el caos y la anarquía ejerciendo un verdadero poder paralelo.
Esto ya era presumible desde que la crisis moral se tornara incontenible a comienzos del milenio. De nada les valió la ultra tecnología que ungiera a la Nación del Norte, como paradigma del maquinismo dominador y alienante.
Gnavi sostiene que la decadencia moral está estrechamente ligada al consumo de drogas. Puede ser. Recuerdo que cuando estuve allá como agregado naval, hasta los niños de escuela primaria las consumían como si se tratase de vulgares caramelos. Sin embargo, las drogas han sido el mal menor en esta enorme tragedia. Yo creo que los norteamericanos fueron sorprendidos por la violencia urbana generada por la enorme recesión( de alguna manera, nosotros estamos padeciendo las consecuencias de este gigantesco empobrecimiento).
Es indudable que carecían de adecuada respuesta para ese tipo de guerra no convencional. Para colmo, el terror hizo lo suyo, y la enorme desconfianza de unos contra otros, terminó por desatar el caos generalizado.
Pienso y escribo. Entonces, todos volvimos los ojos a Europa. La vieja, la milenaria Europa sería nuestra salvación. Pero el destino no lo quiso. Ahora ya es demasiado tarde.



12 horas

Pienso y escribo. Necesito hacerlo.
Hace 30 minutos que llegué a mi despacho. Estuve recorriendo el casco céntrico de la ciudad. Llovía. El viento cruzaba la zona de Sur a Norte.
En algunos lugares, el espectáculo era lamentable: negocios destruidos y decenas de muertos horriblemente mutilados esparcidos por aceras y calzada.
Imagino que la peste será inevitable a corto plazo; todo es posible en esta guerra terminal.
Pienso y escribo: en estas condiciones no resistiremos mucho tiempo más.
Pasamos por la zona portuaria a bastante velocidad(allí tuvimos el primer ataque importante hace dos días al que por suerte pudimos controlar).
Gnavi me aconsejó que desechara la idea de recorrer los suburbios. “Yo que usted ordenaría atacar el lupanar ése. Ahí se hacen fuertes esas porquerías”, me dijo. Me sonreí. Gnavi no soporta a las etnias marginales que se han adueñado demográficamente de la ciudad.
La cosa comenzó cuando yo me había recibido de guardiamarina, justo para la época en que la activa explotación de las riquezas malvinenses, contribuyera al extraordinario progreso de la región. Por entonces, Inglaterra-país de geys, como dice Gnavi con sorna- había terminado por renunciar al dominio de las islas como consecuencia de los gravísimos problemas políticos- raciales que la consumían.
Pienso y escribo. Ahora me parece tan lejano todo eso... Me hubiera gustado decirle a Gnavi que su apreciación social del problema resultaba un tanto subjetiva.
Lo cierto es que el enemigo no actúa dentro de fronteras perfectamente delimitadas. Si bien es cierto que se ha hecho fuerte en los sectores marginales, es posible que merodee y ataque también en los barrios residenciales. Sé que las familias tradicionales han pedido refuerzos de nuestra tropa, y esto pone en evidencia la posibilidad de un ataque masivo en esos lugares.
Todo es posible en esta hora aciaga. No es momento de fiarnos de estrategias y tácticas, ortodoxas porque éstas no se compadecen con las tácticas de combate de nuestro enemigo; a tenor de los informes, avanzan en hordas incontenibles. No saben de tácticas. La ofensiva, parece reducirse a destruir y matar mediante el aniquilamiento total.
Todo esto lo pensé mientras recorría la avenida Lasserre. Pero no lo comenté con Gnavi.
Pienso y escribo. Por momentos tengo la sensación que las palabras están de más. Eso sí, aunque sé que es egoísta de mi parte, me alegro de una cosa : vivo solo. Quizá por eso me compadezco de esos otros que se deben a los reclamos de la sangre.


22 horas
Pienso y escribo. Hace un par de minutos que terminé de cenar. Saboreando las algas al champiñon, me sentí como uno de esos condenados que apuran su última cena. Creo que este sentimiento está ligado a dos hechos concretos: saber que las reservas alimenticias han mermado considerablemente, y tener la certeza de que el tiempo hipotético de vida que nos queda, se comprime aceleradamente.
Desde las 20.00 PM, el inmundo enemigo ataca en masa avanzando desde el cordón industrial. A través del visor de la Central de Mandos, seguí durante unos minutos las escaramuzas de la sangrienta y desproporcionada batalla. Las primeras informaciones señalan un elevadísimo número de muertos entre nuestras tropas.
Debo reconocer en honor de mis hombres, que éstos se baten con denuedo. Pero algo me sigue diciendo que esta resistencia es inútil. Atacando en masa, el enemigo parece multiplicarse minuto a minuto. Para mayor desgracia, recibí información respecto a que una multitud de desarraigados -hombres, mujeres y niños - convergen hacia el Centro General de Alimentos.
Pienso y escribo. El hambre no hace consideraciones; el instinto es ciego y sordo. No me sorprende. Sólo sé que ahora tendremos que luchar contra dos enemigos: los que no representan a ninguna patria, y los otros, éstos quinta- columnistas resentidos.
Todo por el hambre, la maldita hambruna que lo arrasa todo. ¡Dios mío! No sé que vamos a hacer.... Siento que la muerte se corporiza delante de mis ojos.
Pienso y escribo. Esta no es una guerra normal. Ni siquiera ideológica.
Es una guerra por la supervivencia impuesta por la hambruna que azota a la humanidad entera. Una guerra en la cual nuestro enemigo cuenta con grandes ventajas con respecto a nosotros, porque desde tiempos remotos, siempre ha coexistido con el hambre; apaleado, sometido a la promiscuidad y a la miseria.
Pienso y escribo. ¿Época profética? ¿El Apocalipsis…? Tal vez.
Hace un minuto me informaron de la muerte del Doctor Bráun Menéndez, lo cual confirma mi sospecha respecto a que ya están atacando las zonas residenciales.
Mientras escribo, no puedo evitar el miedo, pero tampoco, una creciente impotencia que me mantiene petrificado frente al visor láser.
De cualquier manera, oigo a lo lejos el fragor de la lucha.

Pienso y escribo. Pienso en mi madre. Sola desde los 40 años; viuda como consecuencia de la intrigante guerra contra el Imperio brasileño. Muerta en vísperas de la primera aventura humana a Marte. Cuándo aún se creía en nuestra victoria final sobre el enemigo; enemigo que por entonces, actuaba esporádicamente. Cuando aún se alzaban loas a la tecnología, nuestra antigua diosa pagana.
Ahora oigo ruidos en las adyacencias de esta atalaya. Presto atención: por el estampido de los fusiles láser, calculo que la peor parte ha de estar ocurriendo alrededor del edificio de Proteínas Marinas. Sin embargo, el satélite urbano certifica que el foco de la lucha tiene lugar en el centro mismo de las etnias, precisamente en el sector más densamente poblado por desocupados y marginales.
Pienso y escribo. Europa era importante como factor de apoyo a nuestra maquinaria bélica. Pero Europa no contesta. No existe como factor político aglutinante( al menos la que existía antes de ser barrida por nuestros atacantes).
Quedaba Buenos Aires, Necesitábamos de su constante apoyo logístico: sanidad y alimentos sobre todo. Pero Buenos Aires tampoco contesta.
¿Te das cuenta Gnavi? Es inútil auto engañarse. El fin parece irreversible. Salvo que llegue a producirse algún milagro. Claro que esto es imposible; los milagros no han vuelto a producirse después de aquel asunto aterrador.
En estos momentos los ruidos se oyen con mayor nitidez. Crecen; como la noche y el miedo.
Mi reloj marca las veintitrés quince.
Los secos chasquidos de los láseres parecen minúsculos explosivos que rebotan en los tímpanos; salen y vuelven a entrar como abonados decibeles de la angustia.
Pienso y escribo. ¿Qué es la existencia? ¿Quién puede explicarme que significa la maldita existencia humana? ¿Qué dios mal parido nos ofrece esta vida mentirosa, María Eugenia?
Es mejor así, carajo. Mejor así porque la vida carece de sentido desde que te perdí, María Eugenia.
Pienso y escribo. Es mejor así.
Ahora los disparos tienen una solidez brutal. Y los gritos son desgarradores. Una barahúnda infernal.
Pienso y escribo. La muerte es inevitable. Escribo la palabra muerte. Vuelvo a escribirla: muerte, muerte y muerte. Nada tiene sentido. La vida no tiene sentido. No lo tiene desde el momento - no encuentro palabras para describir el horror y la locura- que las imágenes televisivas del gran atentado en Trafalgar Square, se instalaron para siempre en mi cerebro. Pienso y escribo: el destino se burla siempre de nosotros, María Eugenia. El destino es la frágil cuña de la vida con la muerte. Las cosas marchan bien, hasta que un suceso incontrolable se abata sobre nosotros; y entonces... ¡Broooom...! ¡El gran trueno! ¡El fulgor de miles de soles! La vocación suicida de la raza.; y aquello que fue: -tu bello rostro, la intensidad de tus palabras; los orgasmos irrepetibles... todo, todo se esfumó aquel día del gran atentado, volatizado para siempre.
Pero debo sostenerme, María Eugenia. Debo sobreponerme para cumplir la promesa sagrada : si algo le pasa a uno, el otro deberá sostener la memoria para que el amor no muera. Fue nuestro pacto de sangre, María Eugenia. “ El amor todo lo hace posible”, me decías siempre. ¡Dios...! No quiero mirar el visor pero lo miro.
Ya no pienso. Ya no quiero escribir. Pienso y escribo. No quiero ver el visor pero lo veo. La escena es aterradora: por los altos pasadizos de la atalaya, mis últimos soldados son literalmente aniquilados por la horda enemiga.
Pronto estarán aquí María Eugenia.
Pienso y escribo. Escribo otra vez la maldita palabra: Muerte. Muerte. Muerte. Como fuelle sin aire, la palabra grita su angustia dentro de los resortes que el miedo genera en mi cerebro.
Pienso y escribo. Pero no quiero pensar ni quiero escribir más.
Allí están; pronto caerán sobre mí; golpearán contra la puerta y se arrojarán contra los cristales que se harán añicos saltando por el aire.
Están por llegar : ellas, las inmundas y repugnantes ratas.

domingo, 15 de junio de 2008

José Azpeitia


(Dalí)


CHRISTUS HETERODOXUS

Has abierto la puerta…
Tu sombra está en el dintel...
¡Se que eres tú!
No puedes engañarme.
Tanto tiempo sin verte...
sin sentirte…¡Poesía!

Hace aún mucho más
que no nos embriagábamos juntos.
Que no partíamos los panes y los peces
de tu mesa.

Entras con la marcha nupcial
de tu rango inmenso, de mi única dueña,
de mi amor eterno por ti.

La más hermosa señora de mis sueños.
Y como una sinfonía profunda,
me llegas de un dios sin altares,
sin boatos, sin cantatas.

Porque estás ahí, no me lo niegues,
clavada en esa cruz en el espacio.
Detrás de aquella imagen que sublima
tu escorzo de dolor, de sangre herida.

Detrás de un cuerpo exangüe,
que me sigue, que me empuja,
que me acosa, que me mueve,
que me lleva al infinito y me devuelve,
con estrellas de fuego entre mis sienes.

Bendita Poesía, que naciste en mí…
sin yo llamarte...
con la suave caricia de tu viento.

Hoy vuelvo a renacer... cuando tú mueres
de tus cenizas de amor, fénix eterno.

Ecce Homo profundo, sin salterios.

Hoy clavo mi pluma en tu costado,
hendido de palabras como lanzas…

Si existes dios…. si dios existe…
Tú serás siempre mi Dios, mi poesía….


-azpeitia- Viernes Santo veintiuno de Marzo del año 2008 d.c. Día mundial de la poesía



(cedida por Azpeitia)


BEU GESTE


¿Has tenido una lágrima en tus ojos

que al salir supiera que es por mí?


Yo he tenido una fuente silenciosa,

callada de agonías,

que en las noches y tardes fue por ti.


Que manaba despacio sin espasmos,

sin esperanza, cautiva en el dolor,

en un surco profundo, en una huella…


Se sumerge la vida en ese agua,

en su cauce se acuna la tristeza.

Melancolía de los labios

sin respuesta, de los besos

perdidos de otra vida

que cubrió nuestros gozos

de otro instante.


Hoy se nubla mi vista.

Hoy ya estoy ciego,

la luz invade y rompe

letargos de ilusiones,

imposibles discursos

sin palabras.


La piedad está hundida,

el vuelo es ya sin alas.


Así sumergido entre dos aguas,

el dolor llamando…

La puerta cerrada…

limosna sin precio.


Al final, solo tus ojos

envolviéndolo todo,

solo tu mano....

mientras yo implorando

te pedía...

un bello gesto.



(Las dos imagenes fueron aportadas por José Azpeitia)

Graciela Bucci

Hoy, el viento


hoy vinieron los deseos abrazados a la imagen
sospeché la desnudez inmóvil de las palabras
el goce insinuando perfiles sobre el viejo muro de mi cuarto

hoy el cuerpo es una ovación hecha de temblores
hay una memoria en la boca vacía
hay tatuajes secretos en la piel creada para complacer
hay manos que danzan para abrazar la sombra
y plegarias elevadas a nadie y un abismo de gritos detrás de la garganta

hoy todo es una lenta caída dentro de mí
me dejo ser río
domador de cauces
libero brasas sobre la piel del agua

el viento ya está listo
cruzará el gemido y el misterio

hoy
no encontrará cenizas.





Ese paralelismo de la vida


hay tantas cosas tuyas que extravío

la primera mirada en las mañanas
las frases compartidas en las noches insomnes
la lectura de un libro tomados de la mano
la simple saciedad de un día entero

a cambio
nos es dada
esta forma de vida
la furia de la carne que sabe de relojes
el desorden de los ratos furtivos
las garras que van creciendo tan de a poco
hasta empujarnos a la garganta misma
de una calle cualquiera que nos traga

en escasos minutos
y a pesar de todo
estamos listos para seguir viviendo.




de: Las fronteras posibles

martes, 10 de junio de 2008

Milagro Haack

Graciela Bucci

Hoy, el viento

hoy vinieron los deseos abrazados a la imagen
sospeché la desnudez inmóvil de las palabras
el goce insinuando perfiles sobre el viejo muro de mi cuarto

hoy el cuerpo es una ovación hecha de temblores
hay una memoria en la boca vacía
hay tatuajes secretos en la piel creada para complacer
hay manos que danzan para abrazar la sombra
y plegarias elevadas a nadie y un abismo de gritos detrás de la garganta

hoy todo es una lenta caída dentro de mí
me dejo ser río
domador de cauces
libero brasas sobre la piel del agua

el viento ya está listo
cruzará el gemido y el misterio

hoy
no encontrará cenizas.



Ese paralelismo de la vida


hay tantas cosas tuyas que extravío

la primera mirada en las mañanas
las frases compartidas en las noches insomnes
la lectura de un libro tomados de la mano
la simple saciedad de un día entero

a cambio
nos es dada
esta forma de vida
la furia de la carne que sabe de relojes
el desorden de los ratos furtivos
las garras que van creciendo tan de a poco
hasta empujarnos a la garganta misma
de una calle cualquiera que nos traga

en escasos minutos
y a pesar de todo
estamos listos para seguir viviendo.



Graciela Bucci

lunes, 9 de junio de 2008

Stella Maris Taboro

I

Breve sueño y
muchos andares.
Jirones hilachentos,
láminas de mi niñez,
con mil lucecitas de hadas
y esa estrella de navidad
con ilusiones cargadas
de inocencia clara.


II

Breves ensueños
me asaltaron
y presa fui
de mil deseos acunados.
Anduve con ellos
en senderos desafiantes
hasta abrirme en versos,
sol en el horizonte virgen,
flor que besó el rocío,
estrella que talló
huellas en mis manos.


III

Breves amaneceres
abrigué bendiciendo,
la luz de mis ojos,
el canto de mi voz,
mi amor salpicando,
las horas recorridas
sosteniendo pétalos
sin sentir las espìnas.

lunes, 26 de mayo de 2008

Rolando Revagliatti

Pero también


Las hermosísimas
pero también los hermosísimos
me anonadan
pero también & aunque parezca lo mismo
me apabullan
con su hermosura

casi como reverso del horror:
no sólo fascinación desacomodante:
otro horror.


*


Humano


¿En el mismo río
cuántas veces me ahogué?

He sido en eso de ahogarme
tan estandar

Y lo he sido en eso
de ser mi propio río
no sé cuantas veces
ahogándome.


*


A, para & ante


Los jóvenes extorsionando
a los viejos

Entre sí refractando los jóvenes
cinismo e insidia para
los viejos

Licuándose los jóvenes
diluyéndose ante los
viejos.


*


Qué interesante


Algo te incluye
algo me incluye

Algo incluye todo lo que hay
y todo lo que no hay
(entendiendo que incluye lo que podría no
[haber)

Te incluye porque vas a morir
me incluye porque no he nacido
(entendiendo que incluye que yo
podría
no nacer).

Susana Szwarc

Horas

Esa niña flaca, decimal con su flor
roja al ladito del borde: mira claramente al que
levanta la pala
un pie va a hundirse –con la pala –en el montón de barro.
Es la hora del entierro y la flor
por arte de magia será libro.
La niña –que no sabe-
lee “sobre el dolor inmensurable
los nietos no nacidos”.

Nos distraemos por el sonido de un saxo
que comienza a trepar –metálico –
hacia atrás y salen más niñitas de los ranchos.
Es la hora del pedido:
ejendú ché, omé é ché un pedacito de pan
-golpean, esos niños, sin padres
-otra vez, piden pan
-¿no les dan?

Ordenemos la historia ¿Evita había muerto?
¿Perón había caído? ¿Su estatua destruída en
la placita Sarmiento? ¿Yo tenía el sarampión?
¿Cantaba Ramona Galarza? ¿Tu perro
aquella noche era un lobizón? ¡Oh!, sí, tal vez tu perro
aquella noche, era. Lame la sal del cuerpo y
las tan estrellas caen, por mí.
El lobizón desvanece de cercanía. Apenas
alcanzamos los breteles. Maldito gallo, que se
calle. Y que nadie sepa nunca.

Otra hora: tu siesta, los mosquiteros hacen
marchas hexagonales sobre mi morena
piel más vieja que el sulki
verás la polvareda y en ella el surco
¿dónde aún me harías caer?
(la longitud del muro hace a la partida
de los perros)
Recordemos: la niñita –la de la flor roja-
detenida como en un recital infinito y el saxo:
único movimiento acompañado por el taburete
donde una madre oye:
-¿quién no ha leído a Nietzche a los 17 años?
dirá él, ágil sus dedos arman cigarrillos
sus ojos alucinan patios y potras.
Dirá, es la hora de jugar: serás Yocasta
y juegan al día más perfecto de la historia.
Guardan azúcares aceites en el jarrón de lo indecible
jueban a encontrar los fierros para disparar: a los gatos
las alarmas al hueco del jarrón y a sacar al muerto
de su torpeza: su obstinación de muerto.
Arrancan flores hasta la niña decimal
jadean:
ningún patio es completo
ni siquiera el de la madre.

Recordemos: el saxo, las horas,
la niña que dice es la hora
y vuelve a leer.

Phillis Wheatley

África

Traducción del inglés: Liliana Alemán


Primera poeta negra publicada en América Sus poemas publicados antes de la Guerra de la Revolución (the Revolutionary War) han sido reconocidos en el mundo de habla inglesa. En el año 1761, ella tendría siete años cuando fue vendida como esclava a Mr. John Wheatley, un ciudadano de Boston. Poco tiempo después, dio señales de una inteligencia poco común, hecho que llevó a una de las hijas de Mr. Wheatley a enseñarle a leer y escribir.


DE ÁFRICA A AMÉRICA


La misericordia me enseñaría a comprender,
un Dios, también un salvador;
aunque antes no sabía de redención,
ni la buscaba.
Algunos miran esta raza con desprecio:
“su color es tintura diabólica”.
Recordar, no basta con ser refinados
y seguir un tren de ángeles,
hombres parecidos a Caín.


ON BEING BROUGHT FROM AFRICA TO AMERICA

T was mercy brought me from my pagan land,
Taught my benighted soul to understand
That there’s a God –that there’s a Saviour too;
Once I redemption neither sought nor knew.
Some view our sable race with scornful eye—
“Their color is diabolic dye”.
Remember, Christans, Negroes black as Cain
May be refined, and join the angelic train.

martes, 20 de mayo de 2008

Floriano Martins



Traducción del portugués al español: MARTA SPAGNUOLO

COLORES EN SOBRESALTO

Miro cómo pasas por mi cuerpo,
cómo repartes el abismo y me estremezco.
Siento el frescor del semen, sus planos
viscosos poblando mi piel.
Sueño con tus peces olvidados
dentro de mí, tu árbol silencioso,
y un teatro de dedos ocultos descifra
cada vértigo mientras suelto el cabello
y me pesas como un tesoro empapado.
Dentro de cinco escenas me desmayo o finjo
(después me pides que repita la caída).
La cama se arrastra por todo el cuarto.
Acecho los pasos furtivos del deseo,
y cómo me modelas tu ilusión más fiel.




CORES EM SOBRESSALTO

Olho como passas por meu corpo,
como repartes o abismo e estremeço.
Sinto o frescor do sêmen, seus planos
viscosos povoando minha pele.
Sonho com teus peixes esquecidos
dentro de mim, tua árvore silenciosa,
e um teatro de dedos ocultos decifra
cada vertigem enquanto solto os cabelos
e me pesas como um tesouro encharcado.
Dentro de cinco cenas desmaio ou finjo
(depois me pedes que eu repita a queda).
A cama se arrasta por todo o quarto.
Espreito os passos furtivos do desejo,
e como me moldas tua ilusão mais fiel.


SOLEDAD ENTREABIERTA

Rasguño tu bulto por dentro de la noche.
Voces cavadas en el fondo de un bosque,
ramas de fuego desatadas mientras esperas
que árboles resurjan de la memoria vacía.
Quemo tus sombras sin que me toquen.
Hay fulgores desencontrados que confunden
los abismos de tu ser, resumen de caídas,
piel rasgada, fragmentos de fuga olvidados
entre las ropas en desuso en el armario.
Ya no me escuchas en el horror de tu silencio.
Traduces como mías las cenizas de otro amor.
Me defiendo de los brazos de tu incierto blanco.
Yo aún te quiero en mis ruinas sollozantes,
pero me escapas como una tiniebla muda.



SOLIDÃO ENTREABERTA

Rascunho o teu vulto por dentro da noite.
Vozes cavadas no fundo de um bosque,
ramos de fogo desatados enquanto esperas
que árvores ressurjam da memória vazia.
Queimo tuas sombras sem que me toquem.
Há fulgores desencontrados que confundem
os abismos de teu ser, resumo de quedas,
pele rasgada, fragmentos de fuga esquecidos
em meio às roupas em desuso no armário.
Já não me escutas no horror de teu silêncio.
Traduzes como minhas as cinzas de outro amor.
Defendo-me dos braços de teu incerto alvo.
Eu ainda te quero em minhas ruínas soluçantes,
porém me escapas como uma treva muda.

GENEROSO HECHIZO

Escucho en mí tus pasos inaccesibles
testimonio de ansias y caricias fluyentes,
formas asombrosas que abrigan tu rostro.
Te arrastras con una evidencia de párpados,
simulas un doble y su sombra reflejada.
Estás frente a mí y juegas con tu mirada:
pequeñas piedras posadas en el lecho del río,
pez vibrante que es también el tallo sagrado
de la selva de encajes que vislumbras en mí.
Agua y fuego reescribiendo tu nombre, la guía
de fuentes insospechadas por todo mi vientre.
Caminamos como un hechizo en cuyos labios
la fiebre desviste sus hongos, alternando
las rocas; donde fijo tu gozo, fijas mi risa.





GENEROSO FEITIÇO

Escuto teus passos inacessíveis em mim,
testemunho de ânsias e afagos fluentes,
formas espantosas que abrigam teu rosto.
Rastejas com uma evidência de pálpebras,
simulas um duplo e sua sombra refletida.
Estás diante de mim e jogas com teu olhar:
pequenas pedras pousadas no leito do rio,
peixe vibrante que é também o caule sagrado
da selva de encaixes que vislumbras em mim.
Água e fogo reescrevendo teu nome, o guia
de fontes insuspeitas por todo meu ventre.
Caminhamos como um feitiço em cujos lábios
a febre despe seus fungos, alternando
as rochas: onde fixo teu gozo, fitas meu riso.