Primer Premio concurso internacional Circuito Cultural Gran Buenos Aires(1985) organizado por los 27 Municipios del conurbano bonaerense
BUENOS AIRES NO CONTESTA
9 horas
Abro mi diario personal y escribo. Pienso y escribo. Ya es un hábito; terapia de mis angustias crónicas. Recreo cada pensamiento en el papel y es como si la maldita preocupación se hace gelatina ante el discurrir de la palabra escrita. Claro que nunca viví nada como esto. Trato de quitarme la idea de que tal vez sean los últimos apuntes que realice. La preocupación es abrumadora; el pesimismo nos domina.
A mi izquierda veo la nota fatídica:Buenos Aires no contesta.
Recuerdo la charla con Morales.
“No puede ser Morales. Insista; no puede ser...”
“Le adelanto señor que hemos agotado todas las instancias: teletipo; láser... Nada señor. No obtuvimos respuesta. “¿Utilizaron a Ratvinsky?” “Sí, señor; pero él asegura que ningún dirigente del Consejo Supremo está con vida. Que ahora el gobierno de la Junta tiene una especie de hombre fuerte que se hace llamar Hermano Consejero, o Gran Hermano...”. “¿Qué tontería es ésa, Morales?" “¡Ratvinsky lo captó señor! Usted sabe que es nuestro mejor extrasensor. Es infalible.”. “Nadie es infalible, Morales. Nadie. Insista por Dios; insista””
Este es parte del diálogo que mantuve con Morales. Insista. Insista, le repetí una y otra vez. Mi voz no tenía la cadencia de otras veces; un timbre de alarma traicionaba su normal impostación.
Era consciente de la tremenda importancia que para nosotros tenían los refuerzos solicitados a Buenos Aires 20 días atrás.
De cualquier forma, aún suponiendo que el Consejo Supremo hubiera recibido nuestro angustioso pedido, no sé hasta que punto contaríamos con su ayuda. Para colmo, Morales terminó de confundir las cosas con ese asunto del hermano consejero o gran hermano...; en fin, algo me dice que las cuestiones de gobierno no andan bien por Buenos Aires. Las últimas noticias han sido dramáticas. Todas hacían hincapié de que la peste y el hambre se habían tornado casi incontrolables.
Recuerdo que en uno de los tantos mensajes, mi primo Levinstong - a cargo de la Subsecretaria de Recursos Periféricos Infraestructurales - me informó de que recorriendo el populoso partido de San Vicente, pudo observar espantosas acciones de canibalismo humano. Esto me convenció que habíamos caído en desgracia terminal; claro que nada como lo vivido últimamente(todos somos conscientes de la progresiva decadencia nacional : los saqueos del 90; el empobrecimiento generalizado al comienzo del milenio; las luchas piqueteras, y las masas de hambrientos que asolaron las grandes ciudades con los desastres posteriores).
Pienso y escribo: esta hambruna es diferente. Ha roto todas las fronteras. Es universal; sin hijos ni entenados. A la guerra terrorista, se ha sumado esta guerra no convencional en la que-aparentemente- está empeñada gran parte de la humanidad(y acoto lo de aparente porque desde tiempo atrás, hemos perdido todo tipo de contacto con una alarmante cantidad de naciones; realmente ignoramos que pudo haber pasado en las mismas respecto a esta desgraciada guerra).
Insista Morales; insista ¿Para qué?, pienso ahora.¿Para qué esa orden inútil? Cuando Morales me alcanzó el despacho, pensé que comenzaba el principio del fin para nosotros.
Claro que tengo asumido de que las cosas vienen derrumbándose desde unos seis meses atrás. Europa no contesta, fue el mensaje enviado por el Consejo Supremo. El impacto en la Base Naval fue arrasador. Pronto se hizo carne en los cincuenta mil habitantes de la ciudad.
Resultó terrible. Una verdadera conmoción. Y no era para menos. Europa representaba la esperanza en esta guerra terminal. Es el todo por el todo. La civilización o la hecatombe; la humanidad o el bestialismo.
Sí, Europa lo representaba todo; la última posibilidad de salvación del mundo occidental y cristiano.
Los otros, los mal llamados americanos, ya habían sucumbido políticamente aunque esto no sorprendió demasiado.
Pienso y escribo. Se comenta que el decadente Imperio-acorralado por el terrorismo externo e interno- sólo conserva visos de legalidad en algunas zonas rurales. Desde una década atrás, las grandes ciudades son asoladas por bandas de terroristas fundamentalistas y de los otros, que siembran el caos y la anarquía ejerciendo un verdadero poder paralelo.
Esto ya era presumible desde que la crisis moral se tornara incontenible a comienzos del milenio. De nada les valió la ultra tecnología que ungiera a la Nación del Norte, como paradigma del maquinismo dominador y alienante.
Gnavi sostiene que la decadencia moral está estrechamente ligada al consumo de drogas. Puede ser. Recuerdo que cuando estuve allá como agregado naval, hasta los niños de escuela primaria las consumían como si se tratase de vulgares caramelos. Sin embargo, las drogas han sido el mal menor en esta enorme tragedia. Yo creo que los norteamericanos fueron sorprendidos por la violencia urbana generada por la enorme recesión( de alguna manera, nosotros estamos padeciendo las consecuencias de este gigantesco empobrecimiento).
Es indudable que carecían de adecuada respuesta para ese tipo de guerra no convencional. Para colmo, el terror hizo lo suyo, y la enorme desconfianza de unos contra otros, terminó por desatar el caos generalizado.
Pienso y escribo. Entonces, todos volvimos los ojos a Europa. La vieja, la milenaria Europa sería nuestra salvación. Pero el destino no lo quiso. Ahora ya es demasiado tarde.
12 horas
Pienso y escribo. Necesito hacerlo.
Hace 30 minutos que llegué a mi despacho. Estuve recorriendo el casco céntrico de la ciudad. Llovía. El viento cruzaba la zona de Sur a Norte.
En algunos lugares, el espectáculo era lamentable: negocios destruidos y decenas de muertos horriblemente mutilados esparcidos por aceras y calzada.
Imagino que la peste será inevitable a corto plazo; todo es posible en esta guerra terminal.
Pienso y escribo: en estas condiciones no resistiremos mucho tiempo más.
Pasamos por la zona portuaria a bastante velocidad(allí tuvimos el primer ataque importante hace dos días al que por suerte pudimos controlar).
Gnavi me aconsejó que desechara la idea de recorrer los suburbios. “Yo que usted ordenaría atacar el lupanar ése. Ahí se hacen fuertes esas porquerías”, me dijo. Me sonreí. Gnavi no soporta a las etnias marginales que se han adueñado demográficamente de la ciudad.
La cosa comenzó cuando yo me había recibido de guardiamarina, justo para la época en que la activa explotación de las riquezas malvinenses, contribuyera al extraordinario progreso de la región. Por entonces, Inglaterra-país de geys, como dice Gnavi con sorna- había terminado por renunciar al dominio de las islas como consecuencia de los gravísimos problemas políticos- raciales que la consumían.
Pienso y escribo. Ahora me parece tan lejano todo eso... Me hubiera gustado decirle a Gnavi que su apreciación social del problema resultaba un tanto subjetiva.
Lo cierto es que el enemigo no actúa dentro de fronteras perfectamente delimitadas. Si bien es cierto que se ha hecho fuerte en los sectores marginales, es posible que merodee y ataque también en los barrios residenciales. Sé que las familias tradicionales han pedido refuerzos de nuestra tropa, y esto pone en evidencia la posibilidad de un ataque masivo en esos lugares.
Todo es posible en esta hora aciaga. No es momento de fiarnos de estrategias y tácticas, ortodoxas porque éstas no se compadecen con las tácticas de combate de nuestro enemigo; a tenor de los informes, avanzan en hordas incontenibles. No saben de tácticas. La ofensiva, parece reducirse a destruir y matar mediante el aniquilamiento total.
Todo esto lo pensé mientras recorría la avenida Lasserre. Pero no lo comenté con Gnavi.
Pienso y escribo. Por momentos tengo la sensación que las palabras están de más. Eso sí, aunque sé que es egoísta de mi parte, me alegro de una cosa : vivo solo. Quizá por eso me compadezco de esos otros que se deben a los reclamos de la sangre.
22 horas
Pienso y escribo. Hace un par de minutos que terminé de cenar. Saboreando las algas al champiñon, me sentí como uno de esos condenados que apuran su última cena. Creo que este sentimiento está ligado a dos hechos concretos: saber que las reservas alimenticias han mermado considerablemente, y tener la certeza de que el tiempo hipotético de vida que nos queda, se comprime aceleradamente.
Desde las 20.00 PM, el inmundo enemigo ataca en masa avanzando desde el cordón industrial. A través del visor de la Central de Mandos, seguí durante unos minutos las escaramuzas de la sangrienta y desproporcionada batalla. Las primeras informaciones señalan un elevadísimo número de muertos entre nuestras tropas.
Debo reconocer en honor de mis hombres, que éstos se baten con denuedo. Pero algo me sigue diciendo que esta resistencia es inútil. Atacando en masa, el enemigo parece multiplicarse minuto a minuto. Para mayor desgracia, recibí información respecto a que una multitud de desarraigados -hombres, mujeres y niños - convergen hacia el Centro General de Alimentos.
Pienso y escribo. El hambre no hace consideraciones; el instinto es ciego y sordo. No me sorprende. Sólo sé que ahora tendremos que luchar contra dos enemigos: los que no representan a ninguna patria, y los otros, éstos quinta- columnistas resentidos.
Todo por el hambre, la maldita hambruna que lo arrasa todo. ¡Dios mío! No sé que vamos a hacer.... Siento que la muerte se corporiza delante de mis ojos.
Pienso y escribo. Esta no es una guerra normal. Ni siquiera ideológica.
Es una guerra por la supervivencia impuesta por la hambruna que azota a la humanidad entera. Una guerra en la cual nuestro enemigo cuenta con grandes ventajas con respecto a nosotros, porque desde tiempos remotos, siempre ha coexistido con el hambre; apaleado, sometido a la promiscuidad y a la miseria.
Pienso y escribo. ¿Época profética? ¿El Apocalipsis…? Tal vez.
Hace un minuto me informaron de la muerte del Doctor Bráun Menéndez, lo cual confirma mi sospecha respecto a que ya están atacando las zonas residenciales.
Mientras escribo, no puedo evitar el miedo, pero tampoco, una creciente impotencia que me mantiene petrificado frente al visor láser.
De cualquier manera, oigo a lo lejos el fragor de la lucha.
Pienso y escribo. Pienso en mi madre. Sola desde los 40 años; viuda como consecuencia de la intrigante guerra contra el Imperio brasileño. Muerta en vísperas de la primera aventura humana a Marte. Cuándo aún se creía en nuestra victoria final sobre el enemigo; enemigo que por entonces, actuaba esporádicamente. Cuando aún se alzaban loas a la tecnología, nuestra antigua diosa pagana.
Ahora oigo ruidos en las adyacencias de esta atalaya. Presto atención: por el estampido de los fusiles láser, calculo que la peor parte ha de estar ocurriendo alrededor del edificio de Proteínas Marinas. Sin embargo, el satélite urbano certifica que el foco de la lucha tiene lugar en el centro mismo de las etnias, precisamente en el sector más densamente poblado por desocupados y marginales.
Pienso y escribo. Europa era importante como factor de apoyo a nuestra maquinaria bélica. Pero Europa no contesta. No existe como factor político aglutinante( al menos la que existía antes de ser barrida por nuestros atacantes).
Quedaba Buenos Aires, Necesitábamos de su constante apoyo logístico: sanidad y alimentos sobre todo. Pero Buenos Aires tampoco contesta.
¿Te das cuenta Gnavi? Es inútil auto engañarse. El fin parece irreversible. Salvo que llegue a producirse algún milagro. Claro que esto es imposible; los milagros no han vuelto a producirse después de aquel asunto aterrador.
En estos momentos los ruidos se oyen con mayor nitidez. Crecen; como la noche y el miedo.
Mi reloj marca las veintitrés quince.
Los secos chasquidos de los láseres parecen minúsculos explosivos que rebotan en los tímpanos; salen y vuelven a entrar como abonados decibeles de la angustia.
Pienso y escribo. ¿Qué es la existencia? ¿Quién puede explicarme que significa la maldita existencia humana? ¿Qué dios mal parido nos ofrece esta vida mentirosa, María Eugenia?
Es mejor así, carajo. Mejor así porque la vida carece de sentido desde que te perdí, María Eugenia.
Pienso y escribo. Es mejor así.
Ahora los disparos tienen una solidez brutal. Y los gritos son desgarradores. Una barahúnda infernal.
Pienso y escribo. La muerte es inevitable. Escribo la palabra muerte. Vuelvo a escribirla: muerte, muerte y muerte. Nada tiene sentido. La vida no tiene sentido. No lo tiene desde el momento - no encuentro palabras para describir el horror y la locura- que las imágenes televisivas del gran atentado en Trafalgar Square, se instalaron para siempre en mi cerebro. Pienso y escribo: el destino se burla siempre de nosotros, María Eugenia. El destino es la frágil cuña de la vida con la muerte. Las cosas marchan bien, hasta que un suceso incontrolable se abata sobre nosotros; y entonces... ¡Broooom...! ¡El gran trueno! ¡El fulgor de miles de soles! La vocación suicida de la raza.; y aquello que fue: -tu bello rostro, la intensidad de tus palabras; los orgasmos irrepetibles... todo, todo se esfumó aquel día del gran atentado, volatizado para siempre.
Pero debo sostenerme, María Eugenia. Debo sobreponerme para cumplir la promesa sagrada : si algo le pasa a uno, el otro deberá sostener la memoria para que el amor no muera. Fue nuestro pacto de sangre, María Eugenia. “ El amor todo lo hace posible”, me decías siempre. ¡Dios...! No quiero mirar el visor pero lo miro.
Ya no pienso. Ya no quiero escribir. Pienso y escribo. No quiero ver el visor pero lo veo. La escena es aterradora: por los altos pasadizos de la atalaya, mis últimos soldados son literalmente aniquilados por la horda enemiga.
Pronto estarán aquí María Eugenia.
Pienso y escribo. Escribo otra vez la maldita palabra: Muerte. Muerte. Muerte. Como fuelle sin aire, la palabra grita su angustia dentro de los resortes que el miedo genera en mi cerebro.
Pienso y escribo. Pero no quiero pensar ni quiero escribir más.
Allí están; pronto caerán sobre mí; golpearán contra la puerta y se arrojarán contra los cristales que se harán añicos saltando por el aire.
Están por llegar : ellas, las inmundas y repugnantes ratas.
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