domingo, 28 de febrero de 2010

Mario César Lamique










ESQUINA CENTER

Miro la esquina y no puedo evitar el recordarte, la encuentro muy parecida a vos, pero en otras cosas, ya que en varios aspectos se diferencian, la esquina, por ejemplo, no se va.

Veo los movimientos repetidos ensayados aprendidos, aquí vengo todas la tardes a esperar tu regreso con injustificada esperanza pero lo que sale a mi encuentro es esta ya conocida oscuridad que de apoco cambia la fisonomía del lugar, gana terreno, viene cliente, saluda y la compra se concreta; “venì que esta es mi oficina y la otra esquina, es el salón probador”

Miro las caras conocidas, las risas estridentes, los empujones amistosos y la seriedad repentina cuando un auto pasa muy despacio.
Lo que logro recordar de vos de cuando no eras ausencia se parece mucho a esta esquina, o a esa desazón que veo en ella.

La esquina no te conoce, los que ahora la recorren tampoco, un patrullero pasa pero ni mira, todo está bajo control, pensarán.

Hoy en la esquina hay inquietud, caminata nerviosa y pocos clientes, los empujones no se muestran tan amigables, la palabra “buchón” se escuchó, creo que fue lo único que oí, en cuanto a palabras, porque sonidos no faltaron y el disparo intentó acallarlos a todos, en segundos quedaron la soledad del muerto y mis recuerdos, nada más.

La policía viene y pregunta, nadie sabe que pasó, nadie contesta, comienzo a mirar para otro lado sin dejar de pensar en que hoy tampoco habrá reencuentro en esta esquina que se parece mucho a vos, pero claro que en otras cosas ,en otras ausencias .


EL MONSTRUO

El monstruo irrumpió en su casa, ella asustada quiso escapar, la perseguía por las escaleras de escalones desparejos, estuvo apunto de atraparla en paisajes infantiles, se aferró a su pié derecho cuando huyó en dirección a sus mejores recuerdos, luego de forcejear, logró liberarse, pero las escaleras tienen un final; nunca llegan a trascenderse; ella se quedó sin escalones ni salida, parada en la terraza mirando hacia tantos lugares a los que no podría recurrir a pedir ayuda, el monstruo logró alcanzarla y con el tiempo se hicieron amigos, comenzaron a conocerse, luego, ya relajados, ya sin perseguir ni ser perseguidos, la convivencia, se volvió de terror.




LOS ROBADORES
La primera vez que entraron en casa nos asustamos mucho. Mi papá no se movió de su lugar en ningún momento, parecía que no respiraba; mi mamá gritaba cosas que nadie de los presentes se tomó el trabajo de entender, mientras nos abrazaba —muy fuerte— a mi hermana y a mí, como si nos fuera a asfixiar.
Ellos hacían todos sus movimientos de forma maquinal, como siguiendo paso a paso una coreografía; mi papá no salía de su insoportable quietud, y mi mamá, en un intento desesperado por escapar, corrió hacia la puerta, pero le fue imposible abrirla: ya no era la nuestra.
La segunda vez que entraron se hizo de noche en ese instante. Saltaron la verja, se metieron por la puerta, que estaba mal cerrada y volvieron a hacer sus movimientos maquinales, manipulando las armas; una bolsa vacía y otra llena. Robaron el televisor a color y pusieron otro falso en su lugar, hicieron lo mismo con el equipo de música, el microondas y los cuadros de paisajes que tapaban manchas de humedad en la pared; cuando ellos se fueron la noche siguió.
La tercera vez que entraron nos habíamos mudado de casa pero nos encontraron igual. Estábamos solos, mi mamá ya se había ido y mi papá tardaba en llegar; ellos entraron sin esfuerzo y con sus dos bolsas robaron cada uno de los artefactos del hogar y los muebles, y pusieron otros falsos en su lugar, sin mirarnos. Siguieron robando, un florero, expresiones de fotos familiares y hasta pósters de la habitación de mi hermana, que abría la boca como si estuviera por decir algo y se balanceaba de atrás para adelante como presagiando una caída.
La cuarta vez que entraron los maté.
Mi mamá viene a verme seguido y me cuenta mentiras sobre su vida, continúa diciendo frases incomprensibles aunque ya no me puede abrazar —muy fuerte— como si me fuera a proteger.
Mi padre está tranquilo en casa, a salvo de sobresaltos, ya sin nada verdadero que le puedan robar. Mi hermana a veces emite algún sonido, pero de su boca nunca sale una palabra, mientras balancea el cuerpo de atrás para adelante, estando siempre, a punto de caer.