domingo, 22 de junio de 2008

Susana Szwarc

J A B A L Í


...El pasado, como fotografías sin fecha, muestra cuerpos que se han vuelto extraños y cuerpos que se extrañan, objetos peligrosos y animales de una inquietante familiaridad...
GERMÁN GARCÍA


Habían llegado los plomeros y miraban la biblioteca. Decían que Borges había tenido en el sótano de su casa un cuerpo de magia. Después vieron el libro “Esma.Fenomenología de la Desaparición” y dijeron que los militares habían hecho lo posible para desprenderse de cuerpos extraños. No discutí y les ofrecí café. Finalmente eran trabajadores y hacía frío. Pero me puse a llorar. No quería que esa gente estuviera en mi casa. Les pedí que se fueran y me puse a buscar “El dolor” de Vladimir Holan. Necesitaba leerlo, que me abrazara y ese abrazo me hacía llorar más. Pero me distrajo una gillette que estaba como un pétalo entre las páginas.

Cuando era chica me gustaba llevar una gillette en la mano izquierda. Unas amigas me habían enseñado su uso: guardarla en la mano apretada y al acercarse un jabalí, abrir la mano. Era maravilloso llevar esa especie de arma, de adorno, sobre todo porque no había ningún jabalí cerca de mi casa. Sin embargo, una vez me hice una enorme cicatriz en el dedo pulgar. La sangre no dejaba de salir y yo quería ocultarla de los ojos de mis padres. Nunca me gustó dar explicaciones, creo.
Cuerpos extraños no es lo mismo que extraño los cuerpos.
Seguía llorando. Miré el pulgar de la infancia. Había dejado de sangrar y la cicatriz había desaparecido, ¿cuándo? Antes se veía esa línea, ahora la cicatriz estaba sola en la memoria. Sin cuerpo. Sin mancha. A la deriva.

La cabeza sobre la gillete. Me adormecí. Un jabalí gigante se acercaba, era mi oportunidad de usar lo aprendido, pero sabía que estaba en un sueño y que además me había vuelto completamente escéptica como para creer en jabalíes o en la esquelética figura del sentimiento. Sabía -también en el sueño - que este no creer me daba una apariencia de creyente, me volvía bondadosa porque me apiadaba de todos, personas, plantas, animales, piedras. En fin, me apiadaba de mí. Increíblemente la piedad es útil, se puede escuchar todo (todo) con una especie de dulce desdén. En ese “dulce desdén”, el otro se aferra siempre sólo a la dulzura. Entonces, ¿Por qué seguía llorando en el sueño? Dormida, escuché la voz de Holan: “los cementerios crecen y te rebasan debido a la misma muerte”, gritaba muerto y con la botella en la mano. Y dio tres suspiros, se enderezó el cabello. Quería despertarme, ponerme de pie. Estás muerto, le dije, y yo estoy cansada y no me das ninguna pena. Holan se largó a reír: “¿Creés que no soy más mortal que mi cuerpo, querida?” Y agarró una hoja, una lapicera. Escribió: El pensamiento perdido en los ojos del ciervo / reaparece de nuevo en la risa del perro.

Me desperté. Estaba ofendida, me había alejado de mi jabalí.
-¿Hay más vino?- Dijo Holan que bostezaba, escribía.
-No.
Entonces golpearon a la puerta Isa y Lili.
-Pasábamos por aquí, vimos la luz, trajimos vino.
Pusimos la casa en penumbras. Ellas caminaban, Holan suspiraba. Extrañábamos los cuerpos.
Mis amigas se fueron cuando se vaciaron las botellas. El último trago fue para Holan que sacó la gillete de mi mano y la pasó en caricias por la piel del jabalí, mientras decía: “nunca hay bastantes lágrimas”.
-Pero igual tengo hambre- y nos fuimos a buscar el pan.

Incluído en "El azar cruje" (Catálogos, 2006)

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