domingo, 6 de julio de 2008

Hugo Patuto

JAURIA

Desde la ventana pudo reconstruir la maquinaria de la lluvia. Las primeras gotas habían teñido el patio con el anuncio que, minutos después, volvería convertido en truenos y ráfagas. Miró detenidamente sus manos: poca luz, el balanceo de las hojas, el estigma de saber que estaba sola.

Si la lluvia se poblaba de animales era porque la imaginación sostenía en vilo esa carga de miedo, a tal punto que las voces familiares parecían extrañas y las campanadas del reloj de pared traían un escozor profundo. Entre las apariciones había elefantes, tigres y caballos. Conseguiría por medio de un sórdido ritual domesticarse para ellos.

En la penumbra olvidó el rouge y el extracto. Los vértices de las paredes y el techo adquirieron una comba que la hizo carraspear. No dormiría hasta las dos de la mañana. Caminó a oscuras. Llenó el vaso de agua y de golpe sintió, frente al espejo, que su edad había concentrado la ira y el desprecio de las tías. Pero el entorno de las facciones cedía como por efecto de una lava interior.

Las huellas en el barro tenían el valor de reproducir el andar de viejos amantes; hasta que su enamorado iba tocando cada ventana, dispuesto a terminar con las dependencias de la casa. Para no enloquecer, ella musitaba conjuros.

Dicen que abandonó el pueblo seguida por una jauría.


(21-07-02)

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