martes, 24 de febrero de 2009

Edna Pozzi

ALICIA MOREAU


Ya le temblaban la manos
donde la muerte había cavado desiertos resecos
y ríos azules de tristeza
le temblaban las piernas
que antes habían sido tan fuertes para correr en las manifestaciones
y en los ojos opacos la mirada retrocedía
mientras ella hablaba de la paz
en el hogar de ancianos donde toda su estatura
había venido a caer entre acideces
el cuerpo erosionado, purgando su plenitud combatiente
aquellos días de discursos y panfletos
donde el aire era como una rosa
y los muertos de la justicia social resplandecían
como banderas de vidrio
nardos en las sienes para los compañeros caídos
y la mujer que había sido, que era
en ese siglo injusto con hornos
para quemar a los disidentes, ese siglo
que por fin terminaba
con sus guerras injustas y su brújula incierta
se derrumbaba sobre sus piernas inmóviles
sobre las rodillas puntiagudas de una vieja
la mujer de libros y esposos tremendos
recortados en el socialismo
en el fervor de una vida nueva para todos
mientras las damas patricias embarcaban a Europa
con sus collares y sus abalorios de oro
y ella, la extraña, con una enorme piedad
por las criaturas vencidas
que durante doce o catorce horas cosían ropa ajena
y eran arrancadas de las escuelas
para servir en las casas acomodadas
o vender sus cuerpos morenos, de aquí, del Sur
en las esquinas de lluvia, lodazal y tango
de la remota Buenos Aires, virgencitas de yeso
que alguna vez serían educadas y tendrían
opiniones y votos y tal vez hasta universidades
si alguien lograba arrancarle al poder
sus púas envenenadas
si la potencia del sueño - otro país, otro mundo -
fuera más terrible que los fusiles
y las espadas de los entorchados
y otra vez correr en las manifestaciones
huyendo de policías bravos
otra vez negarse a mirar por los visillos
un país que transcurría
lejos de la justicia
y cruzar los umbrales
Alicia Moreau de bibliotecas
y mensajes cifrados, blusa de banderas rojas
atreviéndose al metal de la palabra
porque otra tierra era posible
otro país de niños verdes
de trigo verde salpicado de trebolares
de versos caídos en los surcos
de prímulas salvajes
de chicos sin difteria y hambre
otro país posible, Alicia Moreau,
hoy que se mira morir frágil y desventurada
por aquella inmensidad del sueño
que ahora es apenas una hilacha sangrante
como las venas de un cuerpo condenado al olvido
la dulce mujer que estuvo en los umbrales
donde las cosas empiezan
donde las palabras son devueltas a su gracia original
compañera al fin, señora agonizante
de todas las mujeres y los niños
subversiva del gris, de la opacidad de los poderosos
Ahora que se muere tal vez no sabiendo
que sus piernas duras aún corren en las manifestaciones
como cuando tenía veinte años
porque algo se salva en su muerte
como un jazmín de vidrio
y habrá que perseguirla de nuevo
para que no plante su bandera en las plazas públicas
y hable de cosas hermosas y frágiles


Mientras las mujeres de ojos oscuros levantan la cabeza
y en el fondo del pozo los obreros de la sal y el petróleo
piensan, equivocadamente,
que ha llegado la primavera.

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