miércoles, 11 de marzo de 2009

RL N° 15 - Edna Pozzi

Gabriela Mistral

Ya han talado los bosques del Sur, Gabriela
tu cuerpo de racimos violetas
yace entre la cordillera y el mar
cubierto con un edredón de lana gris
mientras el invierno enrojece las piernas
del hijo deseado que salta entre las leñas
buscando una flor pequeña
como las que crecían en el valle del Elqui
cuando vos nacías, ya hace tanto
de una manera indócil y oscura
para hacer verdad esa palabra pedregosa
de la chilenidad
mansa y bravucona a la vez
como sus revoluciones y sus momios
para erguirte, digo, ya no un país
sino un espacio infinito, una plaza
de desconsuelo, un exilio donde estábamos todos
yo que escribo frente a un río triste
y los otros que se mueven entre jades y lámparas
de porcelana azul
una Gabriela así, tan áspera
de desiertos azules, tan terca y tan suave a la vez
marcando el español como una pepita dura
que dejaba los labios sangrantes
antes de convertirse en una piedra azul
redonda, perfecta
piedra para los grandes arenales
y los faros que apenas si aliviaban
la seguridad de los naufragios
y con su palabra, más allá de la tierra volcánica
y la pesadumbre
de pies desnudos sobre la lava
una comprensión del ser desolado
en todo lo que eran playas y bosques
y pampas y selvas profundas
lo que más adentro de América
resuena como caballada en flor
como un galope de retamas y nísperos
salvajes
y ese golpeteo de la lisa costumbre de la belleza
que eras vos
que sos ahora que escribo estas palabras
tristes y delicadas
para horadar la opacidad de los días
y traerte
mansedumbre, violencia, señora de las cosas
perfectas
habitante de todas las fronteras
allí donde el amor cava pozos de niebla
y hay que caminar sobre cadáveres
y ojos de mirlos
para alcanzar la precisa pasión
limitar el dolor en alambradas
y dar la voz por todos los que esperan
fatigaré tu oído de preces y sollozos
y ser Gabriela, Gabriela continente
trozo de hielo desprendido de los ventisqueros
campanilla azul de los valles del Elqui
hurgadora de tumbas donde yacen los huesos
del amado
Gabriela, españolísima y certera
chilena en las sandalias y en la manera
de tenderse sobre la tierra como ninguna
como si quisiera ser a la vez mujer y palabra
redentora de cuartetas perfectas
que olían a espliego y tules de abuelas somnolientas
y en la loca carrera dejando pedazos, dientes,
arterias, miradas acongojadas, recados,
para otras escribientes de América
Gabriela, tan por Dios tan viva
y tan cubierta en su edredón
tan entendiendo al fin que la poesía
es apenas un gesto, una señal de seco perfume
una mano diciendo adiós o regresando
alguien que escribe mientras se oye el fragor
de los muertos y la piel se cubre
de una materia gris donde caminan
escarabajos

Por eso, Padre,
recoge su cabeza mendiga, si en esta noche
muere.

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