viernes, 16 de mayo de 2008

Liliana Alemán: La Pared



Fragmento

La conversación telefónica es un día después de que lo traen de Glew. Al principio, él habla de manera extraña: la voz ronca, enojada, perdida, cautelosa. Entonces se queja de los médicos, lo están intoxicando lentamente, pero no se puede hacer nada. Ahora es así y no de otra forma. Ahora son esos sargentos de guantes blancos que lo tienen a maltraer. A ellos no les interesa el bienestar de la gente, la apilan como basura. Basura orgánica que ponen en bolsas de consorcio para que no los contaminen. Todo tiene que ver. Todo está interrelacionado y las Fiestas no son ajenas a ese movimiento pendular que es la vida. De pronto el gong. De pronto enero se convierte en diciembre y de nuevo la misma historia de las reuniones. Aunque esta vez las cosas salieron bastante bien a pesar de que terminaron resultando como unas vacaciones demasiado largas. Le parecía que no era lo ideal dormir en un cuarto contiguo al de Abigail, su primera mujer, cuya ventana daba a un patio-jardín repleto de árboles viejos. Por la mañana entraba la otra Abigail, su hija mayor, para atenderlo. Recién después que lo había terminado de arreglar, lo llevaba a la mesa. Aquella había resultado ser una familia muy numerosa y ordenada. Él nunca había tenido la menor idea de todas las criaturas que aparecieron la noche del 24 en busca de sus regalos. Alguien le puso un gorro rojo con motas de felpa blanca y le volcaron decenas de paquetes encima de la falda. Los chicos excitadísimos lo llamaban Papá Noel, Santa Claus, abuelo... Sin embargo, el problema principal continúa siendo la falta de voluntad. Hay en él una falta de voluntad. Es que está sometido a ese dolor intermitente, pero quizá lo peor sea darse cuenta de que ya nada será igual. Por ejemplo, cómo se desvaneció aquel entusiasmo de volver a reunirse con la familia después de tantos años. Estar en aquella casa producía cierta incomodidad o extrañeza. Ellos habían cambiado demasiado, ahora eran hombres con hijos.
Se cansaba pronto del bullicio; esa desesperación de todos ellos por contarse hasta el más mínimo detalle de su existencia. Es común que la gente se pierda en los relatos. Así viven extraviados en el bosque de sus propias confusiones. El paralelepípedo...Suele ser muy acogedor. En sus tiempos de estudiante tenía un profesor que enseñaba geometría de una manera tan amistosa que era conmovedora: también resultaba más divertido que el más divertido de los juegos. Claro que ya no podría jugar por esa falta de voluntad (...)
Lástima las carencias. Las hay de muchos tipos. En su mayoría son imprecisas pero no por eso dejan de existir. Y qué decir cuando se rememoran circunstancias idílicas, corteses, irrecuperables... Ah, el milagro de la memoria. Ya que de pronto y porque sí, el sujeto se ve inmerso en un desafecto inefable. Pero las carencias son todavía mayores y siempre lo ponen a uno en un malestar continuo. La realidad es ficticia porque algo falta. La realidad no es tal ante la carencia porque no nos permite ver el bosque. Sin el bosque no somos nada. Es como vivir en un agujero. Muchas personas se pasan la vida como mirando detrás de un agujero.
En esta casa hay una linda muñeca de porcelana pero está decapitada. Un penoso accidente, la cabeza por un lado y el miriñaque por el otro. Era alemana, de los alemanes judíos que huían de los nazis. Pero nadie Elsa jamás pudo explicar cómo fue que la muñeca llegó a la casa de sus padres; en el 38 ella era apenas una niñita. Se espía bien a través del hueco de la rotura, ojalá lo hubiese descubierto en los tiempos de Elsa, qué interior, qué blanco más reconfortante. En realidad el blanco no importa cuando alguien puede apreciar la intimidad del vacío (...)

Incluido en Posternak (Emecé 2007) - novela
PRIMER PREMIO DEL FONDO NACIONAL DE LAS ARTES
www.posternak.blogspot.com

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